miércoles, 25 de julio de 2012

Las patas de las palomas.


Fuente
Quizás no tenga una explicación razonable, pero hoy el café tenía un gusto distinto. No sé si mejor o peor, pero distinto. Pensé entonces, que cuando uno es capaz de distinguir un cambio en el sabor del café, es porque definitivamente se ha adaptado demasiado a la rutina. Mi día comienza a las 6 de la mañana, y es exactamente igual de lunes a viernes. Me quedo unos segundos sentado en el borde de la cama, oyendo la respiración de mi mujer a mi lado, despertarse es probablemente, y para todos, la etapa más difícil de la mañana. Cuando logro ponerme de pie, me espera el consuelo de que podré despertar realmente luego de la ducha con agua helada y el café. Y así es realmente, todo parece distinto, antes y después de la ducha helada y el café, como si antes de aquel ritual todo estuviera cubierto por una espesa bruma. Luego todo se aclara y comienza el día. Todas las mañanas desayuno solo. Sentado en la mesa de la cocina sin nada más que hacer que fijar la vista en el mar oscuro, olas de espuma amarillenta rodeando los límites de aquel mar domesticado e insignificante. Cuando he terminado, tomo mi mochila, beso a mi mujer pensando que posiblemente nada dure para siempre y salgo por la puerta a enfrentarme con la mañana helada. Un cigarrillo que me acompaña hasta el paradero. Comienza entonces la batalla de los cuerpos. Sobre la micro, no es mucho lo que se puede hacer. Cuando tengo suerte, puedo ir mirando por la ventana empañada aquella ciudad gris que recién está despertando, sin embargo, muchas veces solo debo conformarme con el dolor de pies y el conjunto de rostros adormecidos con la mirada perdida en la nada. Y ruego por no verme como ellos, aunque posiblemente lo haga. 

domingo, 8 de julio de 2012

La muerte de las estrellas

El dolor en el brazo derecho le obligó a abrir los ojos, sintió como si vidrio molido corriera por sus venas en vez de sangre. Comenzó a mover los dedos bajo las sabanas y una vez que la lluvia de agujas cesó sobre su brazo, sintió el dolor mayor. Su estómago contraído y pesado como cargando kilos de hierro, un eructo agrio brotó espontaneo de su boca seca. Sintió una sed terrible y la extraña sensación de haber subido 20 kilos en una noche. No quiso pensar en la noche anterior. Había fallado otra vez y es que necesitaba tomar una decisión certera, el camino sin margen de error. Decidió esperar a que el dolor del brazo desapareciera por completo. Tendido en la cama, mirando el techo en su inmensidad y falsa pureza, desviaba constantemente los recuerdos asesinos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… cien, ciento uno. Y se levantó. Solo entonces aparecieron las náuseas, repentinamente sintió el estómago resolvérsele, como si quisiera escapar de su cuerpo por la garganta. Corrió al baño y sin aguantar para levantar la tapa del escusado, vomitó sobre el lavamanos. Sangre. Vómito rojo y sin consistencia. Ya no le asustaba en lo más mínimo, porque cada vez quedaba menos y la sangre era un signo. Doloroso viaje antes de tiempo, primer trayecto material para aquel caminar eterno y sin asidero ni paredes concretas. Se limpió la boca con la mano, el estómago gruñía feroz y lo golpeaba constantemente. Su rostro en el espejo lucía más demacrado, pero vivo aun. Cuanto lo lamentaba.

sábado, 7 de julio de 2012

La batalla interminable

Sentado en un solitario banco al costado del cerro, olvido que a unos metros solamente se encuentra el bullicio de la congestionada ciudad, sus amplias avenidas y su aire poco saludable. Al igual que cuando pongo la cabeza sobre la almohada y me dispongo a dormir, vienen inmediatamente los pensamientos que me recuerdan la miseria en la que estoy sumido. Es extraño pero llegan sin avisar, esperan el momento en que bajo la guardia para aparecer e intentar destruirme en tan solo un segundo.
Miro una paloma a mi lado pero no puedo dejar de pensar en eso que no quiero, entonces entiendo que la depresión nunca ha desaparecido, siempre ha estado ahí y que eso que creo que es la superación no es nada más que un momentáneo y falso sentimiento de felicidad.
Siempre he creído que dentro de mi existen… no sé cómo explicarlo, pero algo como dos personalidades habitando el mismo cuerpo.

Microficciones 07

Caminábamos por el campus con la guitarra o nuestros poemas bajo el brazo, tarareando a Silvio o a Victor. Nos sentíamos libres. Con la palabra en los labios y las letras en las manos. Ignorábamos que pronto seríamos uno más y atrás quedarían las barbas y el pelo largo.

jueves, 5 de julio de 2012

Oyente Indebido.

Nunca antes la frase “No escuches las conversaciones ajenas” había cobrado tan valor en mi, luego del acontecimiento que relataré a continuación.
Las palabras que escuché entonces, jamás podrán salir de mi mente, me visitan cada noche, hasta el día de hoy como un fantasma que intenta revivir el pasado que deseo olvidar.
La curiosidad nunca fue algo propio en mi carácter, ni siquiera en mi infancia demostré intenciones de querer saber más allá de lo que me estaba permitió, sin embargo, y sin encontrar un explicación coherente, desde que comencé a trabajar aquí se me hizo cada vez más interesante averiguar sobre la vida de mi patrón, que era un completo misterio. Quizás su vida parca y sombría, la soledad que rodeaba la casa o las extrañas conductas que muchas veces me dejaron sin palabras, fueron los motivos que despertaron en mi una furtiva curiosidad.

domingo, 1 de julio de 2012

Cazadores de recuerdos

Fuente imagen
¿Cuántas veces caminamos sin rumbo, en una
ciudad donde todos saben donde ir?

Estoy completamente seguro de que hoy será un día difícil y es que todos han sido iguales desde aquella tarde, los miércoles se han convertido en días cargados de tristeza desde entonces. Durante la mañana el tiempo parece no avanzar, como si se detuviese, sin embargo, mi sufrimiento continúa destruyéndome con la misma intensidad. Y esa hora que espero para volver a verla (aunque sea con los ojos empañados en lágrimas) en vez de acercarse parece huir de mí, como si no me quisiera, como si disfrutara haciéndome esperar. Después del almuerzo, como todos los miércoles y cuando queda menos de una hora, todo se complica más aun, las llaves no aparecen y el bus tarda más de lo normal en pasar.

Llovía y ella esperaba paciente con su paraguas  bajo la luz del antiguo farol que por mucho tiempo había sido su punto de encuentro, tranquila de saber que él siempre llegaba tarde. Amaban  ese farol, porque era un rastro de vejez en medio de la moderna ciudad, entre el ensordecedor ruido de la congestionada metrópolis y sus amplias avenidas repletas de autos que iban y venían tocando sus bocinas con furia, era ese el último rastro de los tiempos perdidos, los que pasaron llevándose la calma de lo que había sido años atrás, una ciudad mucho más pequeña y silenciosa. Cuando él llegaba, ella olvidaba la lluvia, dejaba caer el paraguas que se convertía más en un estorbo que en una protección y se lanzaba a sus brazos.

Microficciones 06

Ni los fanáticos religiosos, ni los cientos de personas y palomas, parecían importarle al niño, que como Adán se bañaba en la fuente de la Plaza de armas.
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