jueves, 28 de junio de 2012

15 días

Día 15 
Digamos que estoy ya en la recta final, hace 6 meses supe que moriría y hoy comienzo a relatar la cuenta regresiva hasta el final, ese final que todos deberemos afrontar en algún momento. A veces llega de forma inesperada, fugaz, quitándonos todo de las manos sin piedad y otras veces como en mi caso, nos da una alerta para que vivamos realmente los últimos días en este mundo.
Antes de continuar, considero necesario explicar mejor los motivos que me llevaron a tomar la decisión de relatar mis últimos días. Me gusta escribir, de hecho he escrito algunos cuentos y relatos breves, pero cuando me preguntan por qué escribo solo respondo que es algo que me gusta hacer, mas en el fondo sé con toda seguridad que lo hago porque me siento solo.
La soledad personal es tal vez el motivo que impulsa a los grandes escritores, no es que yo lo sea, estoy lejos de ser uno, pero en las letras encuentro eso que en el  mundo concreto no logro alcanzar, me refiero al poder de lo abstracto, ese sentimiento de creer que puedo nacer de nuevo y en el papel ser alguien completamente distinto, esa persona que realmente me gustaría ser.
Cuando escribo tampoco busco ser leído por un gran número de personas, de hecho, todos mis escritos se han mantenido durante largo tiempo en total privacidad y bajo nombres ficticios. En realidad son pocos los que saben que escribo. Y es que como lo dije antes es mi terapia personal, es un pedacito de mi mundo que me niego a hacer público. ¿Por qué? Porque no quiero que me descubran, que a través de esos escritos terminen por conocerme realmente. Incluso he llegado a pensar que ese afán de siempre ocultar mis sentimientos sea el culpable de las interminables horas de soledad que componen mi vida.
El mismo día que supe que moriría, salí de mí departamento a caminar por la calle atestada de gente con el único propósito de ver como las personas se relaciona día a día. Me senté en un banco a observar a la gente, a esas hormigas que corren bajo el sol con carpetas, bolsas, papeles y maletines, con otras hormigas más pequeñas y acaloradas tomadas de sus manos. Entonces me di cuenta de algo que muchas veces hacemos casi de forma inconsciente y es nuestra constante pugna contra la civilización y sus efectos. Vivimos como sumidos por la presión, con hilos sobre nuestras cabezas. “tengo que llegar temprano”, “no puedo molestar al jefe”, “ya es muy tarde y los niños no han comido”, “ya subió el pasaje del transporte público”, “voy saliendo”, “mueve tu maldito auto y aprende a conducir”, “Lo siento pero tengo cosas que hacer”, “hoy dejo de fumar” En conclusión tal parece que nadie vive realmente cuando no tiene la presión de una bomba con cuenta regresiva en su interior que le recuerde que pronto habrá de morir.
Durante mucho tiempo me pregunté cuál era el actuar la gente frente a la muerte ¿Cómo reaccionan los demás ante ese instante que llegará inexorablemente? A pesar de que todos vamos a morir, quizás mañana, pasado, dentro de 10 años o de 10 segundos, nos tranquiliza ignorar la fecha exacta, debe ser la única vez que resulta necesario ser ignorante. En mi caso todo es distinto, porque sé exactamente el día en que el telón de la muerte ponga fin a esta tragedia que otros ingenuamente llaman vida. Al ver que existía una ventaja en mí a diferencia de toda esa gente que no sabe cuándo puede ser la última vez que desarrolle su rutina, decidí hacer una lista, en la cual anotaría todo aquello que consideraba necesario hacer antes de morir. Tenía desde hace mucho algunas ideas, saqué mi lápiz y escribí.
Adjunto a continuación la lista:

COSAS QUE DEBO HACER ANTES DE MORIR
1- Leer un libro
2- Regalar un libro
3- Ir al cementerio a ver a mis padres
4- Tener sexo
5- Tomar una cerveza con un verdadero amigo.
6- Buscarle a mi perro un nuevo hogar
7- Regalar mis muebles y cosas de valor
8- Recibir las gracias de un desconocido.
9- Jugar como niño
10- Dejar una huella.

Revisé la lista una y otra vez hasta que por fin estuve conforme con todos los puntos. Los días pasaron como todos los demás hasta hoy cuando me encuentro escribiendo esto, a 15 días de morir y empezando a realizar lo estipulado en la lista.

Día 14
Leer un libro no era algo realmente difícil, lo complicado era encontrar el libro ideal para el momento indicado. Salí temprano de mi departamento y recorrí varías librerías en la ciudad, revisé los títulos más vendidos, consulté con las personas y recibí algunas recomendaciones, tras mucho leer reseñas salí algo desilusionado por no encontrar aquello que buscaba.
Siempre me ha gustado leer, es el viaje que emprendo para dejar atrás la soledad de mi vida cotidiana. El primer libro que leí y del cual me enamoré fue El Principio y es que resulta imposible no adorar aquella joya de la literatura. Con su extremada simpleza metafórica e infantil me mantuvo un día entero pegado a sus hojas reflexionando sobre el extraño mundo de los adultos, que hoy ya no me parece tan extraño.
Soy de los que cree que no existen libros malos, finalmente todo es subjetivo, pero siempre existe ese “algo” que no hace a la lectura de un libro una pérdida de tiempo. Por eso justamente no es difícil cumplir con este punto de mi lista. Podría simplemente leer un libro cualquiera ya que finalmente algo rescataré de éste. Pero algo dentro de mí me decía que debía seguir buscando, no me equivocaba, el libro que esperaba llegó y de la forma que menos lo esperaba.
No dejo de sorprenderme por la fuerza del azar, el azar es ese elemento presente en nuestras vidas que hace maravillas (y también fatalidades) justo en el momento indicado. Digamos que es aquello que nos hace más felices o infelices sin importar nuestras acciones. Y fue justamente el azar el que me presentó el libro indicado. Iba en el tren subterráneo, debía bajarme en la última estación que es justamente la más antigua y en peor estado, siempre está el andén lleno de basura y las escaleras cubiertas de colillas, condones usados, papeles, boletas de moteles y vagabundos durmiendo, sobre todo a esa hora de la noche cuando el metro está próximo a cerrar. Solo unas cuantas personas viajaban conmigo. La puerta se abrió y por el altavoz el cansado conductor nos invitaba a todos a bajar deseándonos unas buenas noches, entonces, justo ahí en frente de la puerta que se abrió lentamente, estaba el libro extraviado que leería al llegar a mi casa.
Cuando llegué eran pasado las 11 de la noche, había estado todo el día afuera, visitando distintas librerías, observando a la gente, caminando solo por caminar. Quedaban pocas horas y otro día comenzaría. La cocina me dio la bienvenida con una corriente de aire que se filtraba por la ventana, me preparé un café cargado e inspeccioné cuidadosamente el libro, sus hojas amarillas, su cubierta gastada y el contorno de las letras sobre la portada. Me sentía cansado, en ese momento no tenía ganas de leer por lo que decidí comenzar la lectura al día siguiente.

Día 13
Dicen que el 13 es el número de la mala suerte, me importaría si creyese en eso, me parece que es la mayor farsa de nuestra existencia, la gente ruega tener suerte y cumplir sus proyectos como si eso dependiese de una extraña fuerza mágica. Lo que llaman “suerte” no es más que la falsa esperanza de quienes ruegan tener lo que no merecen.
Bueno, a eso de las 4 de la tarde ya había leído el libro y me sorprendió como desde un comienzo me pareció estar leyendo las partes más oscuras de mi vida, realmente el azar había hecho su trabajo y puso en mis manos el libro indicado, no relataré el título ni el argumento de éste, porque no lo considero relevante para quien eventualmente pudiese leer mis escritos. Además me parece algo demasiado personal como para que alguien más se entere de la significancia de este libro para mí.
Por otra parte siempre he creído que un libro es el mejor regalo que uno puede hacer, ya sea para un amigo, un familiar o un completo desconocido. No recuerdo bien donde lo escuché pero regalar un libro siempre es un elogio.
Salí a buscar a esa persona indicada para que se quedara con mi libro, pensé en un momento matar dos pájaros de un tiro y buscar a ese verdadero amigo con el cual tomaría una cerveza y regalárselo a él, pero quería seguir la lista al pie de la letra, en orden y además devolver mi favor al azar. Caminé por la ciudad observando detenidamente eso que antes de mi sentencia de muerte era invisible a mis ojos, inmediatamente ese fragmento de “Lo esencial es invisible para los ojos” de El Principito venía a mi mente. Al cabo de unos segundos se me ocurrió una idea que resolvería el problema de no saber a quién regalar el libro y de paso saldaría mi deuda con el azar.
Decidí dejar el libro en un lugar público, para que alguien lo encuentre al igual que yo. De esta manera si existe alguien interesado no pasará sin levantarlo, revisar las hojas y llevárselo con él para leerlo.
Saqué el lápiz de mi bolso y como una especie de dedicatoria para un desconocido escribí en la primera página lo siguiente.
El azar te ha escogido para encontrar este libro, espero que sea para ti tan significativo como lo fue para
Cuando llegué a mi casa mi perro me recibió moviendo su cola y lanzándose a mis brazos, por primera vez en mucho tiempo, no me sentí tan solo.

Día 12
Es extraño explicar el sentimiento que me sobreviene cuando pongo la cabeza en la almohada y me dispongo a dormir, debo decir que no es sencillo y que solo lo logro con ayuda de las pastillas. He probado todas las técnicas conocidas para inducir el sueño pero ninguna me resulta tan eficaz como dos pastillas para dormir, ni la leche tibia ni la infantil idea de contar ovejas me han ayudado desde que supe que moriría. Porque cuando sabes que estas próximo a despedir otro día de vida, cuando te das cuenta que el tiempo pasó sin avisarte y que cada vez queda menos, los sentimientos y pensamientos más diversos llegan en masa a visitarte, como si esperaran la noche para hacernos una visita reflexiva y filosófica.
Hoy debía ir al cementerio, era algo que no hacía hace años, pero la verdad es que no me gustan esos lugares, no porque los encuentre tétricos o me den miedo, sino, porque me parece absurdo todo ese tradicionalismo, como si pensáramos que bajo la tierra están nuestros seres queridos esperando nuestras flores. Lo considero incluso como un acto de hipocresía cuando ir al cementerio se convierte en un trámite más que hay que hacer y que nos librará de la culpa por no pensar en quienes nos dejaron. Todos los días pienso en mi madre en los buenos momentos que pasé con ella, en lo buena que fue conmigo y me lamento por haber sido tan malo con ella. De haberle mentido y muchas veces no haber valorado todo su esfuerzo. A mi padre lo recordaba más lejano, pero igualmente estaba presente en mis pensamientos.
Tomé el bus y llegué al cementerio, compré las flores que mi madre cultivaba en el jardín cuando era pequeño y las deje sobre su tumba en la cual también descansaba papá y que pronto me recibiría a mí también.
Mientras estuve en el cementerio me di el tiempo de recordar por hora a mis padres, cada momento que viví con ellos y que extrañamente recordaba tan bien como si estos hubiesen pasado ayer. También pensé en lo vacía que se vería la tumba cuando yo durmiera en ella ¿Quién me dejaría flores? Sé que nadie lo hará y para ser sincero tampoco lo espero, se igualmente que nadie llorará mi muerte y no puedo esperar lo contrario luego de la vida que he llevado. Pero a esta altura nada puedo hacer más que estar en paz conmigo mismo y para ello es necesario cumplir mis metas reflejadas en el cumplimiento de mi lista que hoy sumaba tres tickets de diez.
Nunca he sido muy creyente, por lo que no podía entender esos largos discursos eclesiásticos que sentía del entierro que se desarrollaba cerca de donde estaba. También reflexioné acerca de que dentro de las diez cosas que deseaba hacer, no había nada que involucraba a la religión, como confesarme o visitar a un cura. Pero verdaderamente no era algo que me interesaba o que creía necesario hacer.
Cuando uno está a punto de morir y además está en un cementerio es imposible que las ideas sobre “el más allá” no pasen por nuestras mentes ¿Qué pasaría conmigo después de muerto? ¿Existirá el cielo o el infierno que me acoja? Nunca he creído en eso, y dudo que el miedo a la muerte cambie mis ideas cuando tan solo quedan 11 días para partir. Pero tampoco es importante, si existe algo sobrenatural no vale la pena cuestionarme acerca de eso en este momento, ya llegará la instancia en que lo descubra y si por el contrario no hay nada más que un sueño eterno ya habré hecho en vida lo que deseaba.
La rutina en estos días no me molestaba como antes, en la noche generalmente dedicaba mi tiempo en completar estos escritos.

Día 11
Hay días en los que escribir sobre mi o sobre mi perro no parece ser distinto. Hoy es un día de esos.

Día 10
Es increíble como unas cuantas pastillas me sacan momentáneamente de la realidad para adentrarme al mundo donde el hombre es capaz de soñar. Esa muerte breve, lo que otros llaman simplemente sueño ha estado presente siempre en mi vida, el deseo de dormir para olvidar problemas es un recurso muy utilizado por mí,  incluso cuando sé que moriré inexorablemente.
Pero debo admitir que la muerte breve se asemeja mucho a cuando tomamos un lápiz y una hoja y soñamos despiertos. La sutil diferencia podría ser que en la primera los mundos son creados por nuestro subconsciente, mientras en la segunda somos conscientes de los mundos que creamos y muchas veces omitimos cosas, signos que en la primera es imposible no plasmar.
Los momentos espontáneos de depresión deben ser muy comunes en las vidas de quienes están a punto de morir. Quedan 10 días. Parece tonto pero me acordé de las noches de año nuevo, cuando era pequeño y esperaba con ansias la cuenta regresiva. Paradójicamente en la etapa temprana de mi vida era algo que disfrutaba, hoy en mi ocaso es lo que me recuerda que pronto moriré. Pero también, tanto antes como ahora, anuncia un nuevo comienzo y el abandono de una etapa que ya no debe continuar. Es increíble como la vida está llena de signos que solo reconocemos cuando la muerte nos ha elegido y estamos realmente conscientes de ello.
Hoy tampoco es un día para hacer algo, me es difícil explicar esta repentina decepción por lo que hago, no tengo ganas de hacer nada, quizás tras mucho reflexionar, mañana tenga intenciones de continuar con mi lista.

Día 9
Tener sexo. El siguiente punto en mi lista. Debo reconocer que fui cuidadoso en poner explícitamente “Tener sexo” y no “Hacer el amor”. Para un hombre que ha estado solo y sin compañía amorosa por los últimos años hacer el amor resulta imposible en tan solo 9 días de vida. No enamoraré a nadie en tan poco tiempo, por lo que me resignaré simplemente a tener sexo, a satisfacer ese deseo natural de todo hombre.
No era algo difícil y lo sabía perfectamente, ya había frecuentado con anterioridad esas antiguas casas tristemente iluminadas por fuera, pero exóticamente adornadas por dentro. Me bastaba únicamente buscar la libreta en la cual había anotado el número de la última prostituta que me había atendido e invitarla a mi departamento. Pensé que era el punto más fácil de realizar de toda la lista y dudé un poco acerca de que tan importante era esto, para quien va a morir.
Entendí luego, que a pesar de la cercanía a las garras de la muerte y que pudiendo recurrir a deseos mucho más profundos, los hombres nunca abandonan ese primitivo deseo por la carne, por el sexo. Yo no era la excepción, aunque debo admitir que me hubiese gustado que alguien me acompañara en este difícil momento, ya que por muy hipócrita que fuera la puta que se encargara de cumplir aquel punto en mi lista, era consciente de su indiferencia a lo que pudiese pasarme luego de que le pagara y abandonara mi cama.
Estaba frente al teléfono con un arrugado papel que contenía el número en cuestión, antes de marcar pensé en mi última relación amorosa y lo difícil que es estar con alguien por la cual no sientes lo que deberías realmente. Pensé también en todos esos amores que nunca se realizaron por mi pésima actitud para afrontar el amor.
Marqué el número y una fría voz me contestó. Al cabo de unos 30 minutos sonó el timbre y toda la acción se trasladó hasta mis sábanas viejas y gastadas, saltándonos todo el rutinario formalismo.
Mientras iba y venía salvajemente sobre sus públicas caderas y veía en sus ojos desorbitados una perfecta candidata para el Oscar, recordaba a la mujer que durante años no pude sacar de mi mente, aquella de la que me enamoré y que aún después de tanto tiempo no puedo olvidar. Por un momento intenté transformar aquel rostro artificial que jadeaba en mi oído, por la tez blanca y cubierta de pecas de quien ahora no era más que una figura lejana e irreal de un amor imposible.
Irónicamente le pregunté si solía hacer descuentos a hombres moribundos, se rió y me dijo que tenía hijos que alimentar.

Día 8.
Antes cada vez que estaba con una prostituta, ingenuamente en mi mente dibujaba la figura de quien amé y como un idiota me sumergía en un sueño irreal de amor que nunca iba a funcionar. El placer solo duraba un instante y se apagaba repentinamente por el sentimiento de culpa y tristeza que venía después. La noche anterior fue distinto, por primera vez no desperté con la melancolía, quizás porque sabía que no había tiempo para aquello.
Ayer mientras pensaba en quien fue la mujer más querida durante un periodo de mi vida, quise saber que había sido de ella, tal vez hubiese sido buena tratar de contactarla, usar mis últimos días para verla por última vez y por lo menos saber cómo estaba. Pero hoy cuando me lo planteo nuevamente con la mente más despejada entiendo que eso no debe pasar. Ella hace mucho tomó la decisión de ser lejana conmigo y comprendí entonces que no podía pertenecer a mi vida.
Cuando me levanté no tenía deseos de comer, cada día que pasa me resulta menos atractivo un plato de comida y se nota porque he enflaquecido considerablemente. Recordé que a los condenados a muerte en algunos lugares se les permite su “Ultima cena” donde tienen la oportunidad de encargar el menú de sus sueños. Me di cuenta que en mi caso es distinto, el otro día tenía deseos de comer comida china, ayer me acosté con la imagen de un tazón grande de helado de chocolate con almendras, pero extrañamente estos antojos desaparecen cuando cierro los ojos y me duermo. Traté de pensar que me gustaría comer antes de morir, pensé en muchos platos que anteriormente hubiese devorado sin pensarlo, la pizza con extra queso o las pastas italianas ya no tenían ese efecto encantador en mí. A pesar de lo anterior la idea de darme un gusto culinario antes de morir me gustó, quizás en los próximos días pueda decidir mejor cual será mi última cena.
Desperté a eso de las 9 de la mañana, no tenía nada que hacer, había abandonado el trabajo y las obligaciones, por lo que levantarme tan temprano ya no tenía importancia alguna. No me pude volver a dormir pero me levanté a las 11 en punto tras mucho meditar acostado sobre el tema que me importaba en este momento: Encontrar ese verdadero amigo con el cual tomaría una cerveza.
Muy bien, no está de más decir que soy un solitario, mi última visita fue una prostituta y antes de saber que moriría las cosas tampoco eran muy distintas, por eso este punto de la lista resulta bastante difícil y sucedió igual que cuando especifiqué tener sexo antes de “hacer el amor”. El tiempo no está a mi lado y si no sería capaz de enamorar a nadie en 9 días, mucho menos formaría una verdadera amistad en los pocos días que me quedan. Por lo que no tendría otra opción que explorar en mis antiguos vínculos amistosos y esperar que alguien siguiera considerándome su amigo.
Seguramente no todos sabrán lo que significa para un antisocial enfrentarse a un gran número de desconocidos y empezar a compartir. Fue terrible para mí sobre todo cuando fui nuevo en distintos colegios, en la universidad y en mi trabajo. Me costó mucho empezar a hablar durante los primeros días de colegio cuando no tenía más de 6 años y no tenía conocimiento alguno de la cruda realidad. Pero para ser sinceros a esos amiguitos de la niñez más prematura no se les puede llamar verdaderamente amigos, porque eso no es amistad, es solo el deseo recíproco de jugar los mismos juegos. Seguramente si a uno de dos “amigos” de 6 o 7 años y se le hace elegir entre un chocolate entero o la mitad para él y la otra para su amigo, este escogerá el chocolate completo. Y no es malo, así es la vida, somos oportunistas y ambiciosos cuando todavía no comprendemos la vida y peor aún hay algunos que pese a comprenderla siguen siendo iguales.
Por lo anterior no me centraré en la etapa que va desde mi nacimiento hasta los 10 años. Recuerdo que cuando tenía 11 años compartía un poco con cada uno de mis compañeros, pero no tenía un mejor amigo, como otros tenían en mi curso. A comienzo de año  y como cada año me senté solo esperando que la profesora sentara junto a mí a otro desadaptado y así fue, paso el tiempo y ese desadaptado se convirtió en mi primer amigo. Pasaba el tiempo y uno ya no buscaba amigos para correr en el recreo, sino, que poco a poco nos fuimos encontrando con la pugna entre la adolescencia y la inocencia que se resistía a desaparecer. Ya no hablamos de los dibujos animados que vimos ayer o del juego queríamos para navidad, ahora nos preocupaban otras cosas, por primera vez vimos a esas compañeras que antes pasaban desapercibidas ante nuestros ojos, conversamos sobre nuestros primeros problemas amorosos, pero sin embargo, las ideas pueriles seguían ahí, en el sobrenombre a la profesora y compañeros que odiábamos o en la actitud de evitar los problemas y obligaciones y recordar entonces que éramos niños. Fue así como surgió mi primera amistad donde experimenté por primera vez la confianza en el otro, aunque ésta solo fuera una confianza infantil. Fuimos integrando a otras personas a nuestro grupo de amigos y así conocí a quienes fueron mis dos mejores amigos durante mi niñez, pubertad y primera parte de mi adolescencia. Pero esto no sería duradero, sabíamos que  nos separaríamos y que pese a todas las promesas de “Nos seguiremos viendo” ya no sería como antes, y así fue. Cada uno siguió su camino individual, hizo nuevas amistades a las cuales les prometería lo mismo y que terminaría por despedir de la misma forma.
Yo por supuesto me encontraba solo nuevamente. Me costó pero hice nuevas amistades. Bueno no se si se le puedan llamar amigos en realidad.
Suele pasar que la gente confunde con amigos a esas personas con las que se lleva bien, y en esta oportunidad me incluyo también, empezamos a conocer gente con gustos similares a los nuestros y en pocos días ya le decimos amigos. Yo lo hice durante muchos años pero nunca existió real confianza y me di cuenta de ello cuando me vi sumido en la más profunda angustia en los días más tormentosos de mi vida, cuando lo único que deseaba era contar con alguien que me escuchara y me aconsejara, solo eso quería, alguien a quien poder contar mis cosas. Y la verdad no es fácil encontrar una persona así, mucha gente no se acompleja en contar sus problemas al resto de la gente, mas yo no soy así. Me cuesta extremadamente confiar en la gente porque sé que me arriesgo a la naturaleza de los hombres manifestada en puñaladas por la espalda o traiciones viles.
Otro factor que me limita a tener amistades es el hecho mismo de mi persona ¿Quién realmente quisiera ser mi amigo? Creo que nadie se interesaría por saber cómo me siento ni mucho menos en escuchar mis locuras y estupideces sentimentales.
¿Y si soy yo el problema? ¿Y si las demás personas realmente pueden tener gran número de amigos y además pueden confiar en ellos?
He pasado toda la mañana cuestionando este tema, el tiempo avanza y yo sigo sin tener a ese verdadero amigo con cual disfrutar una última cerveza. Pensé en mis “amigos” del último año de colegio, los de la universidad y en mis compañeros de trabajo. Pero recuerdo también que cada vez que terminaba una etapa nos engañábamos diciendo que nos seguiríamos viendo y que el tiempo no sería capaz de romper esa “amistad”. Y el tiempo si lo hizo, porque el tiempo es capaz de muchas cosas, de crueldades que a veces ignoramos.
Entonces recordé a quien en determinado momento llegué a considerar mi mejor amigo en los tiempos de universidad, a quién en reiteradas ocasiones le conté de las causas de mis problemas y que me prometió nunca revelarlas. Busque su número de teléfono en mi vieja libreta y lo encontré con éxito, vacilé un poco antes de llamarlo. Quizás ni siquiera supiera quien era yo. Pero me arriesgué a intentarlo, al fin y al cabo iba a morir. Me contesto y recuerdo que reconoció mi voz apenas contesté. “Hola, mi viejo amigo, ¿Cómo has estado? ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Por qué no me has llamado?” dijo casi gritando al otro lado del teléfono. Hablamos por cerca de 20 minutos sobre lo que habían sido nuestras vidas desde la última vez que nos vimos. Entonces me di cuenta, que eso se da en las verdaderas amistades, que aunque el tiempo pase y las personas se distancien al tiempo de verse nuevamente o escucharse en este caso, es como si nunca hubiesen estado separadas. Después de mucho hablar y enterarme que él había tenido ya dos hijos y trabajaba en una importante empresa le conté sobre mi situación. Cuando le dije que tenía pensado suicidarme dentro de 8 días, que nada me haría cambiar de opinión y que estaba cumpliendo distintos puntos en una lista de cosas que deseaba hacer antes de morir, un silencio sepulcral surgió en la línea. Tartamudeó unos minutos, para luego preguntarme casi enojado si me había vuelto loco. Le respondí que sí. Le dije que un punto de la lista era beber una última cerveza con un amigo, le di mi dirección y le dije que necesitaba hablar urgente sobre los motivos que me impulsaron a tomar esta decisión, que en el ocaso de mi vida, las prostitutas están lejos de ser tan buenas psicólogas como un amigo. Todavía dudaba de lo que le había dicho, me dijo que como las 6 de la tarde estaría aquí para beber y conversar como en los tiempos de antaño que hoy recuerdo con extrema nostalgia.
Palideció cuando le reafirmé mis deseos por suicidarme, me dijo al escucharme había pensado que se trataba de una broma. Yo con rostro serio le manifesté que además de no estar para bromas, era una decisión que había tomado férreamente. En más de una oportunidad me dijo que lo pensara nuevamente, me insultó y trató de hacerme cambiar de opinión, le agradecí su preocupación fraternal, pero yo estaba decidido. Le pregunté si él podría hacerse cargo de mi funeral. Yo ya no tenía familia y seguramente nadie se enteraría de mi muerte hasta que el putrefacto hedor de la descomposición molestara a algún vecino. No quería nada de conmemoraciones, le dije que había ahorrado para los gastos pertinentes y que deseaba que me enterraran en la misma tumba que mis padres. Él todavía no lo creía pero aceptó dándome la mano y chocando por última vez los jarros con cerveza.

Día 7
Mi perro nunca tuvo nombre, creo mejor dicho que nunca lo necesitó, le decía ven y sabía que no me podría estar refiriendo a nadie más que a él. Llegó hasta mi departamento luego de que alguien lo abandonara, lo encontré luego de volver del trabajo, atado al pie de un árbol. En estos 5 años junto a él, aprendí muchas cosas de tan noble animal. Por ejemplo que a diferencia de los hombres, nunca morderá la mano de quien le da de comer. Tengo total confianza en que es feliz y siempre me será fiel, solo a cambio de agua y comida. Como conclusión puedo decir que ha sido el ser más humilde que he conocido en mi vida y por lo tanto no lo puedo dejar en manos de cualquiera.
Salimos temprano al parque, no me gustaba ponerle la correa y estoy seguro que tal como yo, él disfrutaba caminar libre cerca de mí. Mientras el perro busca el árbol ideal para sus necesidades, me senté en un banco e inmediatamente mi mirada se fijó en una mujer en un banco cercano al mío, no solo su belleza llamó mi atención, sino, que al igual que yo, paseaba a su mascota. Tenía la certeza de que era una buena persona con los animales y que sería perfecto si ella aceptara adoptar a mi perro. Me acerqué hasta su lado para conversar, me sonrió en una primera instancia para luego escuchar atentamente lo que le quería proponer.
Le mentí, le dije que era una enfermo terminal. Pues no tenía intenciones de que por algún extraño motivo me preguntase por que decidí suicidarme o peor aún que tratara de ofrecerme su ayuda. Ella se conmovió profundamente y aceptó quedarse con mi perro, dijo que no podía negarse a tal petición y que ella amaba a los animales y se sentiría muy bien cuidándolo. Me pregunto su nombre entonces  le dije que nunca me había preocupado de buscarle uno. Pareció desconcertada, pero enseguida le dije que ahora ella podría bautizarlo a su gusto.
Me dolió mucho separarme de él. La mujer me prometió con una sonrisa sutil que lo pasearía todos los días por el parque, así yo podría verlo antes de la hora decisiva. Acepte la propuesta, acaricié en señal de despedida a mi fiel mascota y vi como él desde su interior también se conmovía.

Día 6
Quedan solo 6 días. Pero hoy prefiero hacer una pausa en la lista y dedicar este día a otras cosas, entre ellas recordar. Por primera vez estoy escribiendo esto en la mañana y no en la noche a modo de resumen de la jornada. Este día lo dedicaré a meditar, a reflexionar, no sobre mi final, porque en eso ya no hay vuelta atrás, pero los últimos 9 días me han hecho pensar como no lo hacía en años.
Y así, cuando estoy a menos de la mitad del camino, puedo decir tranquilamente que he aprendido a vivir sin tiempo, sin restricciones, sin esos malditos hilos y es triste pensar que solo podemos vivir con tal libertad cuando estamos a punto de morir.

Día 5.
Hoy durante el mediodía recibí la llamada de mi amigo. Me había invitado a comer a su casa ya que deseaba mucho que conociera a su esposa y sus hijos. Por un momento lo dude, recuerdo que muchas invitaciones habían rechazado antes, y no sabría explicar muy bien porque lo hacía, digamos simplemente que es parte de mi personalidad enemiga de las reuniones sociales con gente que no conozco. Pero como iba a morir, terminé por aceptar la invitación.
Me alegró mucho ver que él por lo menos era feliz, y la idea de que todos podemos ser felices pasó fugaz por mi mente, pero no tardó en desaparecer, yo había sido feliz en estos últimos días, pero solo porque estaba resignado a morir. Recordé una clase en la universidad. Carpe diem, dijo el profesor de literatura, mientras analizábamos una obra que en este momento no recuerdo. Y de eso se trata justamente, vivir el día como si fuéramos a morir mañana. Yo lo estaba haciendo, pero la muerte para mí no era una suposición sino una realidad, por tal motivo puedo decir que yo era más feliz durante este último tiempo, aún con mis depresiones momentáneas, de lo que fui en toda mi vida.
El tiempo pasó volando, luego de comer me quedé a conversar, me recomendó algunos libros para leer y me preguntó si no había cambiado de idea, le volví a reiterar que no tenía intenciones de retractarme. Aproveché el momento para darle una copia de la llave de mi departamento, para que pudiera entrar sin problemas, aquel último día, la idea aun le molestaba y dudo un instante antes de aceptar la llave.
Llegué tarde por lo que debí aplazar un día más mi lista. 4 días y 4 cosas más por hacer.

Día 4.
Nunca he sido materialista, de hecho, a pesar de que mi situación económica me permite vivir tranquilamente por el hecho de no tener hijos ni familia que alimentar, no soy de darme grandes lujos, vivo en un departamento pequeño y son pocas las cosas de valor que tengo. Pero una vez me pregunte ¿Qué pasaría con mis cosas luego de que me muera? Aún tengo el anillo de matrimonio de mamá y papá que me regalaron antes de morir por si algún día tenía problemas de dinero, además tengo gran cantidad de libros, muebles antiguos, dos televisores entre otras cosas que mucho le podrá servir a otra persona.
Esta mañana me desperté con el ruido del camión de embargo que rugía para llevarse las cosas de mi vecina que además lloraba desconsoladamente. Sentí pena por mi vecina, era una mujer ya mayor, creo que viuda, me imagino lo difícil que para ella fue ver como otros le arrebataban sus cosas.
Una vez que el camión se fue, toqué su puerta, y ahí estaba ella, solo con una taza humeante en sus manos, con una mirada rápida pude ver que dentro no había casi nada. ¿En qué dormiría esta noche? ¿Cómo cocinaría? En el suelo solo había una botella con agua, una olla vieja y un encendedor. Estaba destruida, me dijo que estaba preparándose un café cuando llegó el camión que durante semanas la amenazaba con venir. Me invitó a pasar mientras sollozaba aún, yo le devolví la invitación y le dije que mejor viniera hasta mi departamento, que me gustaría mucho hablar con ella.
Así fue, me contó que luego de la enfermedad de su esposo debió endeudarse enormemente en medicamentos, él ya no trabajaba, por lo que los únicos ingresos eran préstamos bancarios con altas tasas de interés. ¿Pero que más podía hacer? Si ella no tenía estudios y además debía cuidar a su esposo que agonizaba día a día. Así pasaron 3 meses de sufrimiento, hasta que él murió y sobre ella no quedó más que una enorme deuda que más tarde acabaría con quitarle todas sus cosas. Además no había pagado el arriendo durante esos 3 meses, el arrendatario la comprendió en un comienzo, pero a esta altura le era imposible de tolerar, por lo que sumado a su desgracia, debía abandonar su hogar a fin de mes. No tenía cosas, ni techo, ni esposo, ni familia. Yo me estremecía mientras iba descubriendo la historia, de quién por años vivió junto a mí y con la cual solo intercambié unas cuantas palabras en todo este tiempo, ignorando incluso la enfermedad y muerte de su esposo.
Vivimos prisioneros tras cuatro paredes, nos resulta imposible preocuparnos por quien tenemos al lado. No sabemos que tras la falsa sonrisa de un vecino o un amigo, pueda existir un mundo de penumbra y sufrimiento oculto a nuestros ojos. Y por el solo hecho de la incomunicación este mundo nunca es descubierto hasta cuando ya no hay vuelta atrás.
Ella no podía creer cuando le dije que moriría, pareció estremecerse más aún. Recuerdo que me dijo que pese a todos los problemas siempre había alguien que sufría más que uno, pero le dije que en mi caso no sufría, era algo que había aceptado desde hace seis meses y que incluso me ayudó a vivir más en este último tiempo, que durante toda mi vida. Por supuesto no le dije que pensaba suicidarme, mentí nuevamente y le dije que las enfermedades llegan sin avisar y nada se le puede hacer. De sus pequeños ojos brotaron más lágrimas que se acumularon en los surcos de su cara.
Luego de que supe que no tenía donde dormir, ni que comer le propuse que se quedara con mis cosas. Para mis últimos días yo solo necesitaba un sillón donde dormir, una pequeña mesa y la cocina a gas, pero por mientras podía perfectamente llevarse las otras cosas, además vendiendo los anillos de oro de mis padres tendría para pagar la deuda del departamento y además pagar algunos meses por adelantado y aun así tendría dinero para vivir mientras encontraba un trabajo. Ella no podía creer lo que estaba diciendo, se entristeció más aún y se negó a aceptar tal ayuda. Le afirme que era absurdo, no tenía sentido que yo siguiera protegiendo mis cosas cuando sabía que iba a morir en 4 días. Ella aún no lo creía en más de una oportunidad me dijo que yo no parecía tan enfermo y que le extrañaba la exactitud con que llevaba la cuenta. Yo preocupado por que pudiera sospechar mis verdaderas intenciones le dije que no tenía nada de que sentirse mal y le pedí que lo tomara como mi último deseo. Ella conmovida terminó por aceptar mi petición. Finalmente la  ayudé a trasladar las cosas hasta su departamento.
“Gracias, muchísimas gracias, yo no puedo, pero Dios sabrá agradecerle todo esto.” dijo mientras una humana sonrisa sin dientes iluminaba su rostro.
Entonces sentí deseos de llorar, un sentimiento inexplicable se apoderó de mi cuando la vi tan feliz. No podía creer todo lo que acababa de pasar, estaba siendo una buena persona, había sido capaz de curar las lágrimas de una mujer y por un pequeño instante dejé de sentirme la bestia más desgraciada de este planeta, aunque no podía dejar de lado el hecho de haberle mentido y que tarde o temprano se enteraría que una enfermedad no fue el motivo de mi muerte, sino, mi propia mano despiadada.
Terminó el día y con él, el cumplimiento de dos puntos de mi lista.

Día 3
A tan solo 3 días del sueño eterno resulta imposible que lo más diversos pensamientos, no se apoderen de mí. Aunque debo reconocer que ninguno de ellos es el arrepentimiento, me asombra incluso a mí mismo darme cuenta de la forma en que he abordado esta decisión. Ayer antes de dormir pensé en aquellas personas que realmente están condenadas a muerte, ya sea por la pena capital o por alguna enfermedad como el cáncer. Yo estaba en una posición distinta a ellos, porque sería yo mi propio verdugo, pero aun así sentía que inducir mi muerte es algo completamente necesario. Me lastima pensar en cómo tanta gente lucha por un día más de vida, se esfuerza y ruega a Dios por vivir un día más y como hay otros desdichados que luchan por todo lo contrario. ¿Valoramos lo que tenemos? ¿Cómo podría valorar aquello que solo me ha traído sufrimiento?
Desde que se fue mi perro me he sentido aún más solo, recién ahora me doy cuenta de la compañía que él me brindaba. Ayer no tuve tiempo para ir hasta el parque y verlo, por lo que pretendo hacerlo hoy. Pero tampoco he olvidado que me quedan aún dos puntos de la lista, el que corresponde a este día: Jugar como niño. Fácil o no, no deseo morir sin volver a vivir esa época tan lejana, de las raspaduras de codos y rodillas y las inocentes mentiras.
Durante la mañana pensé que podría hacer para llevar a cabo este punto de la lista, quizás jugar solo en mi casa imaginando que tengo 7 años, pero me pareció absurdo luego de meditarlo bien. Trepar el árbol que está afuera a mi edad solo levantaría más prejuicios de locura sobre mi persona, pero aunque esto ya no me importase (Bueno, nunca me importó tampoco) era igualmente absurdo. Mi idea era finalmente, divertirme como un niño, olvidar los problemas de adulto y vivir esa inocencia que cada vez dura menos y que se extraña enormemente cuando uno se enfrenta con el mundo de los adultos.
Agobiado por no saber qué hacer, salí de mi casa. En la calle principal vi a unos niños jugando a la pelota, pensé en acercarme y jugar con ellos, pero la gente al rededor me juzgaría como un maldito psicópata o pedófilo en busca de víctimas infantiles. No quería tampoco arriesgarme a pasar mis últimos días en una celda o una comisaría. Seguí caminando hasta el parque donde extrañamente me encontré con la mujer que se había quedado con mi perro. Al preguntarle por la irregularidad horaria del encuentro, me explicó que había tenido el día libre, hablamos sentados en un banco hasta que me interrumpió la llegada de un niño de aproximadamente siete u ocho años que se lanzaba a los brazos de la mujer, comprendí enseguida que era su hijo. Me saludo cordialmente demostrando la admirable educación dada por su madre. Yo le sonreí e inmediatamente como si hubiese leído mi mente, me invitó a jugar con él y mi antiguo perro, al que luego supe había bautizado con el nombre de Docky. Era el momento indicado y yo no iba a rechazar la posibilidad de realizar aquel punto de la lista. Me levanté jovialmente y el niño de sus bolsillos sacó una pequeña pelota que me pasó, entendí de inmediato que debía lanzarla y así lo hice con todas mis fuerzas, Docky corrió veloz tras ella, el niño con una cándida sonrisa me tomó de la mano y se puso a correr, yo instintivamente corrí tras él y el perro, mientras la mujer sonreía complacida desde el banco.
Hace años que no sentía el viento en mi rostro, el cansancio de correr y las risas descontroladas, el perro corría y saltaba sobre mí y mi compañero de juegos, por un pequeño momento olvidé que iba a morir, olvidé los motivos de mi muerte, era un niño otra vez y era completamente feliz.
Tras mucho correr me acosté en el pastó mirando las nubes, el niño me imitó y luego de recuperar la respiración me dijo que él quería mucho a mi perro, y que lo cuidaría mucho para que yo no me preocupara. Yo en una mezcla de tristeza y alegría desee enormemente que aquel niño nunca cambiara, que no se convirtiera jamás en alguien como yo. Imaginé entonces lo idílico que sería este mundo si todos conserváramos parte de esa inocencia infantil que se desvanece tan pronto.
Vamos, vamos, párese señor. Me dijo, tuve ganas de morir ahí mismo, de llorar por la horrible transformación de los hombres en autómatas fríos e insensibles, mentirosos y pocos confiables. Pero es la ley natural de la vida ¿Qué más se puede hacer? Solo esperar que aquel niño que hoy me invitaba a jugar a su lado sin prejuicio alguno, no se transformara nunca en alguien como yo. Porque yo en algún momento también fui como él. Preferí hacer caso de sus palabras y dejé de pensar en ello para incorporarme y lanzar nuevamente la pelota, nos caímos y reímos muchas veces. Sabía que el punto de la lista estaba cumplido, pero el instante me pareció tan irreal que no deseaba acabar con esa mágica felicidad. Pero nada es eterno. Gracias me dijo, luego de que me despidiese de él, me acerqué luego hasta el banco donde la mujer nos observaba y con el sudor aún en la frente me despedí con un beso en la mejilla.
Mientras caminaba hasta mi casa recordaba esos momentos, y con el solo hecho de recordarlos ya era feliz nuevamente. Resulta increíble pensar como hace seis meses estaba sumido en la más completa oscuridad y hoy a tan solo tres días de mi muerte vuelvo a ser feliz.
Aún en el auge de mi felicidad, no he llegado a considerar en ningún momento la idea de dar marcha atrás. Pero mi mayor miedo es que si me arriesgo y después de todo esto decido vivir, vuelva a mi vida la oscuridad del día a día, las pastillas, la muerte breve, las ganas constantes de morir, el alcohol y la soledad. No me arriesgaría a vivir eso nuevamente y en el fondo sabía que era muy probable que eso sucediera, entonces ¿Por qué opacar estos 15 días en los que he vivido realmente con una vida entera de sufrimiento posterior? ¿No es mejor morir feliz y descansar para siempre llevándome los recuerdos de quince días de felicidad a la tumba? De esto último estaba convencido, así debía ser y así sería.
Al llegar a mi casa y verla vacía recordé mi soledad, aquella soledad que pese a momentos de felicidad, días con los amigos o distracciones durante el día, siempre está ahí esperándome al final de cada jornada, recordándome que siempre estaré solo. Pero ya estaba preparado para ello, la soledad ha sido mi fiel compañera e incluso amiga durante muchos años y no espero que me abandone incluso a tres días de mi partida. Seguramente como buena amiga, estará conmigo hasta el final de mis días.
Cerré la puerta y me acosté en el sillón a observar el techo cubierto de moho, mientras recordaba nuevamente cada momento de lo que han sido estos últimos días.

Día 2
Estoy a punto de llegar a la última estación y descender del tren de mi vida, solo queda un punto por cumplir en mi lista y debo admitir que esta terapia realmente me ha servido muchísimo. En el día 15 de la cuenta regresiva me planteaba como objetivo VIVIR LA VIDA con ayuda de esta lista y así lo he hecho, pero queda aún un último punto por realizar, que es justamente desde mi apreciación el más importante. Y es justamente porque a tan solo dos días de morir espero darle un sentido a esta existencia tan funesta que se aproxima a terminar de una vez.
Dicen que existe una especie de receta especial para ser feliz en la vida, que consiste en el cumplimiento de tres procesos que tienen una cosa en común y esta es dejar un huella en este mundo; esta receta radica en: Escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol. Yo debido al tiempo que me lo impide, no seré capaz de cumplir con estas cosas. Nunca tuve un hijo, tampoco he plantado un árbol y a pesar de mi amor por las letras y la lectura, escribir un libro siempre significó para mi algo para lo cual no estaba preparado, aunque muchos dicen que para escribir no es necesario ser un gran escritor, si lo que deseamos es escribir para no estar solos, como en mi caso. Bueno, en realidad si he escrito algunas cosas, pero como mencioné anteriormente estas pertenecen a mi mundo privado y no me gustaría que fueran vistas por alguien más luego de mi muerte.
En fin, el hecho de dejar una huella, fue la lección que aprendí luego de leer Fahrenheit 451 hace algunos años atrás. Y es justamente ese el significado de la vida, es la respuesta a la eterna pregunta de ¿Por qué estamos aquí? Lo mejor de todo es que esto no excluye a nadie, existen miles de formas de dejar una huella, de ser recordados una vez que partimos a una supuesta mejor existencia. Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro son solo tres ejemplos de muchos otros como: Pintar un cuadro, crear una escultura, crear una canción, construir una casa…
Entonces ¿Qué huella dejaré yo? Podría decirle a mi amigo que una vez que muera, edite estos escritos y publique un libro con parte del dinero que dejaré, aunque sea con una cantidad reducida de ejemplares, este diario de 15 días que he escrito podrían perfectamente servir de ayuda a quienes hayan o estén pasado por situaciones similares a la mía, y es que finalmente es el deseo de toda persona que escribe (Sea por los motivos que sean) que exista alguien, un receptor que se sienta identificado con lo que hacemos, que encuentre en nuestros escritos elementos que están presente también en sus vidas, esa especie de complicidad con el autor que resulta tan importante a veces.
La mañana pasó lenta e inexorablemente en mi penúltimo día de vida, al llegar la tarde busqué todos mis escritos y los quemé en la cocina a gas. Eran un tesoro personal que nunca encontró ese lector ideal. No soy escritor, no pretendo escribir para ser número uno en ventas ni para llegar a las masas, escribo porque, como ya lo he reiterado en muchas ocasiones, me siento solo, y ahora ya no necesito de eso, no es la huella que deseo dejar, porque sería una huella impregnada de soledad, infelicidad y oscuridad emocional. La casa se llenó de humo que escapó lentamente por la ventana entre abierta y las cenizas terminaron por impregnarse en el piso del departamento. No sentí nada al quemar mis escritos, porque creí que con ellos quemaba la etapa más oscura de mi vida que ya nunca más tendré que soportar.
Seguía pensando en cuál sería la huella que dejaría, pero había agotado todas mis ideas cuando el sol empezaba a esconderse, temía horriblemente dejar la lista inconclusa y no haber alcanzado el significado real de vivir, de esta vida que muchas veces nos golpea sin piedad, pero que muchas otras nos entrega pequeñas cosas por las cuales ser felices.
Al no saber qué hacer, volvió la idea de publicar estos escritos como un libro y que mi amigo se encargue de presentarlo a alguna editorial. Pero lo verdad esa idea no me convencía del todo, ciertamente sería una huella la que estaría dejando, pero no me gustaba ese sentido comercial que adquiriría, por muy pocos ejemplares, sentiría como si las ideas más profundas se ofrecieran en masa a desconocidos y eso claramente no me parecía.  Finalmente decidí hacer algo distinto, encargaré a mi amigo que edite personalmente una cantidad reducida de copias, las cuales entregaré solo a las personas que yo en este momento considero indicadas y son justamente, las que me han ayudado o con las cuales me he relacionado en estos 15 días: La prostituta que satisfizo mi hambre sexual, mi amigo que bebió una cerveza conmigo, la anciana sin hogar que me dio las gracias, la mujer que aceptó cuidar a mi perro y su hijo a quien recuerdo con especial cariño por haberme hecho vivir esa infancia perdida nuevamente. Todos ellos tendrían una copia y podrían entender además lo importantes que fueron para mí en un determinado momento.
Llamé a mi amigo y le expliqué la idea, pero sintió curiosidad por saber por qué motivo había decidido agregar a la prostituta, en esa lista de nobles personas, cuando era ella un ser totalmente amoral e indiferente a mis problemas. Le dije que pese a eso, ella también fue necesaria para completar un punto de mi lista, aunque su trabajo haya dependido únicamente de la lujuria y hubiese estado lejos de representar los valores que los demás me entregaron. Ella sin embargo, me enseño que pese a todo, a estar a punto de morir incluso, existe esa constante conexión del hombre con el sexo, con el deseo salvaje a la sexualidad y a entender además que hubiese sido mucho mejor, si hubiese completado ese punto, con la persona que amé no teniendo sexo, sino, haciendo el amor.
Aceptó finalmente mi idea, le dije que cuando visitara mi departamento una vez que haya muerto encontrará el manuscrito sobre la mesa junto con el dinero en efectivo que había ahorrado durante los últimos seis meses, una parte le correspondía por haberme ayudado, pero se negó a aceptarla y dijo que jamás esperaba recibir remuneración alguna por ayudar a un amigo. Entonces me sentí por primera vez apreciado por alguien. Corté el teléfono y salí a caminar.

Último día.
No pude dormir durante toda la noche, aún después de tomar las ya clásicas pastillas de muerte breve, Me tomé seis de estas y nada, finalmente iba a morir así que los efectos que estas pudieran producirme no me importaban. No surgió efecto por que inexplicablemente vomité minutos después de ingerirlas. Fue así como me quedé dando vueltas por la casa, muchas veces hablé solo mientras vivía aquí y esa noche tampoco fue la excepción. Observé por la ventana como lentamente empezaba a salir el sol, señal que marcaba el alba de mi último día en la tierra. No estaba nervioso, pero si muy ansioso y creo que fue justamente esa ansiedad la que no me dejó dormir.
Hace años que no veía el amanecer y me sorprende como nos damos cuenta y valoramos este tipo de cosas, únicamente cuando sabemos que vamos a morir. ¿Necesitamos acaso ser todos unos condenados a muerte para que vivamos como corresponde, fijándonos en las pequeñas cosas que hay a nuestro al rededor? Es triste pero así es.
La mañana trascurrió lentamente y no me explico el motivo, pero siempre he creído que cuando uno espera con ansias algo, pareciera como si todo avanzara más lento, como si el tiempo jugara con nosotros para que nos tardemos más en conseguir eso que queremos, y una vez que lo conseguimos y disfrutamos de ello el tiempo pasa despiadadamente rápido, pero tengo el alivio de que esta vez no será así y que tras esta larga espera hasta la muerte, el tiempo dejará de jugar conmigo.
Es el último día y aún no he planeado como moriré. Traté de aplazar al máximo el momento en que lo decidiría aunque ya lo había pensado mucho y la verdad es que pese a estar muy decidido habían técnicas que me aterraban, por ejemplo saltar al vacío o disparar un tiro en mi cabeza introduciendo el cañón de un arma en mi boca. Siempre he pensado que no tendría valor para ello. Y es raro, porque siempre se dice que el suicidio es la solución de los cobardes que no fueron capaces de enfrentar la vida dignamente, pero  yo pienso distinto, porque creo firmemente que se requiere de gran valor para quitarse la vida, para llevar a cabo ese momento decisivo, esos últimos segundos que delimitan la vida de la muerte. No es sencillo, definitivamente no lo es. Un cobarde jamás sería capaz de eso. Un cobarde no se arriesgaría a cruzar la línea que nos separa del descanso eterno esperando una segunda oportunidad, solo se limitaría a seguir viviendo la miseria que tiene por vida, tampoco intentando hacer  algo para cambiarla.
La sobredosis de alcohol y pastillas, cortarme las venas y la orca fueron las primeras ideas que surgieron en mi mente para poner fin a mi vida. Cortarme las venas me pareció absurdo en un momento y me hizo recordar las muchas veces que lo intenté pero sin el objetivo real de quitarme la vida, porque cuando lo hice en reiteradas oportunidades siempre estuve consiente de que esos pequeños cortes en mis muñecas no terminarían por matarme ¿Por qué lo hacía entonces si no tenía por objetivo la muerte? Aún después de muchos años la respuesta a esa interrogante se me hace sumamente complicada, digamos que buscaba experimentar esa sensación de saber que se siente estar al borde de la muerte, ser consciente de que la determinada presión que ejerza la cuchilla sobre mis venas será determinante en si viva o muera. Pero como dije, no deseaba morir en ese momento, por lo que trataba siempre de evitar un corte profundo en mis venas. Además había algo aún porque vivir, esas personas que pese a todo sabía con toda seguridad nunca me abandonarían y aún siendo la persona más repugnante y vil en este mundo, no me perdonaría nunca causarle tal daño como el de encontrar a su hijo muerto en una bañera con el agua teñida por completo de rojo.
Por otra parte la orca significaba una preparación mayor, debería romper el techo para encontrar una viga, pero eso de seguro alertaría a mi vecino que levantado por la curiosidad podría llegar en el momento mismo en que me aproximara a colgarme.
Morir de sobredosis no era lo mío, empezaría a alucinar y perdería la conciencia rápidamente, yo no quería eso, sino disfrutar a solas con mis pensamientos antes de morir y para ello, la opción que más tiempo me daba era un corte profundo en cada muñeca.
Llegó el medio día y haciendo uso de una pequeña parte del dinero, encargué comida china la cual disfruté placenteramente. Ya nada importaba, pero deseaba darme el ultimo gusto, ya había completado la lista y me sentía realizando e incluso feliz. Vuelo a leer esta última parte y no puedo creer que haya sido yo el que la escriba, esta faceta mía de hombre esperanzado, contradice completamente a aquella que escribió esos relatos que hoy son ceniza esparcida en el suelo del departamento.
Llegó la tarde y salí por última vez a la calle, esta vez no fui directamente al parque, sino, que accedí a éste por otra entrada, con el fin de poder observar si la mujer, su hijo y mi perro (Ahora Docky) se encontraban ahí, me escondí tras un árbol cuidando que no me vieran y ahí estaban, la mujer  sentada en el mismo banco en el cual la vi por última vez y el niño que jugaba con Docky, que obedientemente le tría hasta sus manos la pelota. No me quise entrometer, de seguro ella me preguntaría por mi salud e intentaría darme ilusiones de que viviré un día más o algo así. Luego de unos minutos de observarlos regresé a casa.
Tardé en abrir la puerta y no alcancé a contestar el teléfono que sonaba insistente. Sabía que no podría ser nadie más que mi amigo, pues era la única llamada que había recibido en años. Sonó nuevamente y al contestar, recuerdo que con tono enojado me dijo que pensó que ya me había matado y me invitó a arrepentirme una última vez, pero sé que en el fondo sabía que yo no lo haría. Conversamos por última vez sobre lo que la gente suele conversar cuando ya es vieja. Esos tiempos dorados en la universidad, nuestros amores y esas anécdotas que incluso cuando uno va a morir en pocas horas, siempre sacan una sonrisa. Finalmente me despedí y estaba convencido que sería la última vez que hablaríamos.
A eso de las 9 de la noche empecé a preparar las cosas, había planeado cortarme las venas de ambos brazos y sumergirme en la bañera, mientras daba el agua para que se llevara lentamente consigo la sangre. Solo tenía un cuchillo y lo probé deslizándolo lentamente por la palma de mi mano, tenía el filo perfecto pues había hecho una profunda herida de la cual surgieron brotes de sangre espesa que terminaron en el suelo del departamento mezclándose con los rastros de ceniza oscura.
Y aquí se termina todo, digo, aquí termino de escribir pues una vez deslice el cuchillo por mis muñecas cubiertas de cicatrices de intentos fallidos anteriores y me sumerja en la bañera, ya no podré escribir nada más, estaré comenzando ese esperado viaje que por fin se cumplirá.
A minutos de terminar con mi vida, no puedo estar más conforme, porque hubiese sido distinto haberme matado con la presión de las penumbras sentimentales en mi mente, hoy es por completo diferente, estoy buscando la tan ansiada liberación a la prolongación de un sufrimiento que finalmente llegará nuevamente. Entonces sabré si la biblia tenía razón, descubriré los misterios del “Más allá” aunque en verdad nunca he creído en eso que llaman Cielo e Infierno, de existir ¿Adónde iría yo a pasar el resto de la eternidad? De seguro que al infierno, pero todo eso me parece ridículo y no dejará de parecerme así hasta que me vea como Dante en el infierno de la Divina Comedia.
Estoy a punto de suicidarme y deseo seguir escribiendo, mas parece que me quedé sin ideas, estoy en blanco y solo estaría siendo reiterativo si continúo escribiendo.
Ya no queda más que despedirme, deseando no ser una bestia repugnante a los ojos de quien pudiera llegar a leer esto, tampoco quiero ser un mártir y es estúpido pensar que podría serlo. En fin, no sé si sirva de algo en este punto, pero pido perdón por las mentiras proferidas para ocultar mis interese suicidas.
No pido que me tengan lástima, tampoco ser entendido, solo pido que valoren las cosas que tienen, las personas que tienen a su lado y que no esperen estar al borde de la muerte para aprender a vivir.

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