“… me di cuenta de eso, desde
que
dejaste de mirar el reloj.”
El día en que no te encontré en aquella esquina, supe que
algo andaba mal, me estremecí y mi corazón se hizo más pequeño aun. Te busqué
por horas bajo el cielo gris, caminando entre las sombras de una ciudad
maldita, pisando calles de sangre y pólvora, temiendo que fueras tú su próxima
víctima.
Víctima infame de una ciudad que se lleva todos los días
a sus hijos más desdichados, los malditos sin nombre ni techo. Entre indigentes,
drogadictos, ladrones, niños con hambre y otras putas, tú siempre fuiste distinta,
porque solo para ti yo era uno más. Maldito, pero de terno y corbata.
No habrá otra que pueda llenar el vacío que dejaste, no
solo en mí, sino también, en estas oscuras calles sin alma. Ni la más cara, ni
la de las tetas más grandes podrá igualarte.
Solo tú me conocías de verdad, incluso más que mi esposa
e hijos, tú conocías la verdadera cara escondida tras la formalidad de un
ejecutivo infeliz podrido de vicios y lujuria. Solo tú me contenías y me hacías
soñar, solo en tus hombros lloré alguna vez, solo tus nalgas golpeé con tanta
pasión y tu pubis impacté con desenfrenada vehemencia. Rabia contenida que se
convertía en amor. Encontré en tus pezones erectos el dulce perdido de la
infancia y en cada rincón y pliegue de tu sexo la liberación a una vida de
mierda, con su asquerosa rutina que sofoca y asesina en cada segundo.
Ahora me doy cuenta que nunca te pertenecí realmente,
siempre supe que eras de las calles y no de mi corazón, pero aun así me querías
y para ti yo no era igual al resto, me di cuenta de eso, desde que dejaste de
mirar el reloj.
Hoy será la última vez que pise estas calles, que vea las
paredes rayadas de recuerdos y me iluminen las exóticas luces de cada rincón.
En mi mente quedará por siempre la imagen de tu cuerpo perdido en alguna calle
sin nombre que terminó por reclamarte.