miércoles, 27 de junio de 2012

Me llamo Edgardo Sandoval.

Me llamo Edgardo Sandoval, y a través de estas líneas busco explicar una serie de cosas en torno a lo que me gusta hacer, escribir. Una vez, un joven que había leído uno de mis cuentos, me pregunto si tenía claro desde niño que sería escritor. Evidentemente es una pregunta difícil, porque realmente, siento que llamarme escritor es una exageración, por lo tanto, de no considerarme hoy un escritor, mucho menos se me hubiese pasado por la mente a tan corta edad que podría serlo. Ahora bien, es cierto que desde pequeño supe que no dejaría de escribir. Lo supe desde que tomé la vieja pluma de mi padre y escribí por primera vez. Tenía no más de 9 años cuando escribí ese cuento que hoy me parece ridículo y que al crecer terminó convertido en cenizas. Y es que escribir para quien durante su infancia solo tuvo por compañía, libros y su imaginación infantil resulta totalmente natural. Recuerdo además que en mi adolescencia desarrollé de mejor manera la capacidad para crear nuevos mundos en el papel, esas primeras y oscuras historias, con finales funestos y personajes solitarios, resultaron siempre ser mi fiel reflejo. El papel sobre la mesa se convertía en el espejo en el cual mi silueta se dibujaba con toda la magia de las palabras. Esos relatos a diferencia de los primeros se resistían al fuego y terminaron por sentar las bases para mis trabajos posteriores. La soledad, el desamor, el suicidio, la necesidad de una mano amiga, los conflictos internos y la muerte han sido siempre mis temas favoritos y son justamente los que están presentes en la mayoría de mis escritos, porque son también parte de mi vida.

Normalmente la gente quiere saber los motivos que impulsan a los demás a escribir, como dije, cuando era niño, lo hacía porque era ese mi mundo, mi forma de entretenerme, pero luego, cuando crecí comprendí mejor cuales eran mis motivaciones para hacerlo, nunca me interesó ser conocido, ganar dinero o ver mis libros en lujosas presentaciones luciéndose en la sección de best seller de las librerías, escribía para expresarme, para contar aquello que siempre silencié a oídos de quienes me rodeaban. Y poco a poco aquellos desconocidos que se encontraban con mis textos en la calle resultaron ser mis mudos confidentes, amigos de distancia, o tal vez enemigos.
Entonces escribir se transformó en la terapia que adopte todas esas veces en que la muerte resultaba ser la única salida a todos los tormentos de la realidad, fue la cura que ningún tipo de pastilla antidepresiva lograba darme, fue la tregua a los eternos cuestionamientos, sobre qué hacer con mi vida, fue mi compañía en aquella angustiante soledad, que los otros llamaban vida.
La mayor parte de las veces solo escribía para mí, siempre era yo el lector final, incluso muchos relatos escritos durante esa época solo fueron leído años después. Los cuadernos y manuscritos se llenaban de polvo mientras se amontonaban en mi escritorio. Incluso muchas personas que me conocían, ignoraban completamente que escribía. ¿Por qué lo ocultaba? Aun ahora, años después me resulta un poco complicado explicar el motivo. Primero que todo por miedo, miedo más que al ridículo a que los demás descubrieran eso que siempre ha estado oculto, ese miedo aún persiste a pesar de que hoy son más quienes leen mis relatos. Pero es diferente ser leído por desconocidos que por tu familia o conocidos, poco me importa que un desconocido sepa que soy un solitario suicida, pero siempre es distinto cuando se enteran de eso, los familiares o las personas con quienes compartes día a día. Además de eso se suma el hecho de no tener nunca amigos con quienes compartir mis creaciones, ni siquiera conocidos con gustos por la lectura que eventualmente pudiesen interesarse en mis textos.
En lo que se refiere a mi inspiración, de más está decir que es mi propia vida, mis pesares y reflexiones terminan finalmente siendo la base de muchos de mi relatos, el amor imposible de ella que nunca mostró interés en mí, mis ideas de suicidio como método de liberación, esos momentos y lugares de los textos han existido o existen con diferentes matices también en mi propia vida.
Finalmente, cuando leo nuevamente en busca de errores y estoy a tan solo unas letras de terminar este escrito, me digo internamente: Que hermoso es escribir.

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