Me llamo Edgardo Sandoval, y a través de estas líneas busco explicar
una serie de cosas en torno a lo que me gusta hacer, escribir. Una vez,
un joven que había leído uno de mis cuentos, me pregunto si tenía claro
desde niño que sería escritor. Evidentemente es una pregunta difícil,
porque realmente, siento que llamarme escritor es una exageración, por
lo tanto, de no considerarme hoy un escritor, mucho menos se me hubiese
pasado por la mente a tan corta edad que podría serlo. Ahora bien, es
cierto que desde pequeño supe que no dejaría de escribir. Lo supe desde
que tomé la vieja pluma de mi padre y escribí por primera vez. Tenía no
más de 9 años cuando escribí ese cuento que hoy me parece ridículo y que
al crecer terminó convertido en cenizas. Y es que escribir para quien
durante su infancia solo tuvo por compañía, libros y su imaginación
infantil resulta totalmente natural. Recuerdo además que en mi
adolescencia desarrollé de mejor manera la capacidad para crear nuevos
mundos en el papel, esas primeras y oscuras historias, con finales
funestos y personajes solitarios, resultaron siempre ser mi fiel
reflejo. El papel sobre la mesa se convertía en el espejo en el cual mi
silueta se dibujaba con toda la magia de las palabras. Esos relatos a
diferencia de los primeros se resistían al fuego y terminaron por sentar
las bases para mis trabajos posteriores. La soledad, el desamor, el
suicidio, la necesidad de una mano amiga, los conflictos internos y la
muerte han sido siempre mis temas favoritos y son justamente los que
están presentes en la mayoría de mis escritos, porque son también parte
de mi vida.
Normalmente la gente quiere saber los motivos que impulsan a los
demás a escribir, como dije, cuando era niño, lo hacía porque era ese mi
mundo, mi forma de entretenerme, pero luego, cuando crecí comprendí
mejor cuales eran mis motivaciones para hacerlo, nunca me interesó ser
conocido, ganar dinero o ver mis libros en lujosas presentaciones
luciéndose en la sección de best seller de las librerías,
escribía para expresarme, para contar aquello que siempre silencié a
oídos de quienes me rodeaban. Y poco a poco aquellos desconocidos que se
encontraban con mis textos en la calle resultaron ser mis mudos
confidentes, amigos de distancia, o tal vez enemigos.
Entonces escribir se transformó en la terapia que adopte todas esas
veces en que la muerte resultaba ser la única salida a todos los
tormentos de la realidad, fue la cura que ningún tipo de pastilla
antidepresiva lograba darme, fue la tregua a los eternos
cuestionamientos, sobre qué hacer con mi vida, fue mi compañía en
aquella angustiante soledad, que los otros llamaban vida.
La mayor parte de las veces solo escribía para mí, siempre era yo el
lector final, incluso muchos relatos escritos durante esa época solo
fueron leído años después. Los cuadernos y manuscritos se llenaban de
polvo mientras se amontonaban en mi escritorio. Incluso muchas personas
que me conocían, ignoraban completamente que escribía. ¿Por qué lo
ocultaba? Aun ahora, años después me resulta un poco complicado explicar
el motivo. Primero que todo por miedo, miedo más que al ridículo a que
los demás descubrieran eso que siempre ha estado oculto, ese miedo aún
persiste a pesar de que hoy son más quienes leen mis relatos. Pero es
diferente ser leído por desconocidos que por tu familia o conocidos,
poco me importa que un desconocido sepa que soy un solitario suicida,
pero siempre es distinto cuando se enteran de eso, los familiares o las
personas con quienes compartes día a día. Además de eso se suma el hecho
de no tener nunca amigos con quienes compartir mis creaciones, ni
siquiera conocidos con gustos por la lectura que eventualmente pudiesen
interesarse en mis textos.
En lo que se refiere a mi inspiración, de más está decir que es mi
propia vida, mis pesares y reflexiones terminan finalmente siendo la
base de muchos de mi relatos, el amor imposible de ella que nunca mostró
interés en mí, mis ideas de suicidio como método de liberación, esos
momentos y lugares de los textos han existido o existen con diferentes
matices también en mi propia vida.
Finalmente, cuando leo nuevamente en busca de errores y estoy a tan
solo unas letras de terminar este escrito, me digo internamente: Que
hermoso es escribir.
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