lunes, 3 de diciembre de 2012

La espera


Mañana comienzo el viaje y sé con anticipación, que éste será un día sin fronteras oníricas. Un día en el que tal vez llore o me desmotive, en el cual tenga miedo a dejar mi asidero o mis cadenas. La noche caerá, la luna y las estrellas saldrán como lo hacen siempre para cumplir con su extraño deber cada vez que el manto se torna oscuro, pero para mí no existirán como no existen nunca. Porque sé, que sea donde vaya o el tiempo que pase, sin importar nada, siempre estarán sobre mi cabeza despierta o durmiente.

Esperar se convierte siempre en la peor circunstancia. Esperar en la fila del banco o en la sala del hospital. Esperar la comida, el bus o el destino final al caminar. Esperar  el día añorado o el que queremos aplazar. En fin, esperar es siempre el peor momento porque es el momento, en que no nos queda más que pensar.

No me podía mantener ocupado durante la tarde, como sabía que no lograría dormir y pasaría la noche en vela, decidí ocupar esas horas vagas para arreglar mis cosas. La decisión de viajar la había tomado hace ya bastante tiempo, pero terminaba aplazando todo para las últimas horas. Comí, leí, vi televisión y bebí un café con normalidad como todos los días, expulsando de mi mente los recuerdos que venían en los momentos de desocupación. Ya me encargaré de ustedes decía mientras comenzaba de inmediato alguna actividad que por muy simple que fuera, me evadía durante unos minutos de pensar en el mañana. Mi madre y mi tía estuvieron mucho más cercanas a mí durante el día, hablamos más que de costumbre, les dije que no se preocuparan que sería responsable y me cuidaría, además me mantendría en contacto mínimo 3 veces por semana, mi tía que era mucho mayor que mi mamá, me pidió que le enviara aunque sea una carta al mes, Mi tía no había olvidado en lo más mínimo la vieja tradición de los sobres, la tinta y las estampillas y a decir verdad, me gustaba la idea de escribir de vez en cuando. Sería interesante, años después reunir todas esas cartas para releerlas y retornar a los tiempos consumados, aunque fuese tan solo por unos minutos. A mi madre le costó entenderme, para ella mi viaje seguía siendo un simple capricho de la edad, aunque los motivos reales de mi recorrido por el norte fueran entendidos únicamente por mí.

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