Por muy oscuro que parezca todo, siempre
habrá alguien dispuesto a escucharnos. 
Esperaba con su sombrero negro y gastado bajo el destartalado 
paradero de buses, la lluvia salpicaba en el pavimento y en los 
neumáticos de los autos que corrían veloces por la amplia avenida de la 
ciudad. Los ojos tristes y sin vida de Mauricio miraban los altos 
edificios al otro lado de la avenida principal sintiéndose miserable. 
Frente al semáforo un grupo de personas, separadas únicamente por la 
distancia de sus paraguas, esperaban el cambio de luz para cruzar al 
otro lado, cada una tenía su destino, algunas regresarían a sus hogares,
 otras esperarían el bus o entrarían a una tienda, algunos hombres 
solitarios se refugiarían en un café para combatir el frío. Mauricio 
trataba de imaginar a donde irían esas personas, imaginaba sus vidas, 
sus familias, sus sueños. Se sentía distinto a ellos, añoraba tener un 
rumbo.
Prendió un cigarro que parecía una luciérnaga exhalando humo en 
la oscuridad de la noche. Se sobresaltó cuando de la nada se paró junto a
 él una señora de unos 45 años de cuerpo robusto, cabello corto y 
ondulado, llevaba un delantal y una bolsa en cada mano. La mujer a penas
 lo miro, pero él se sintió de inmediato incomodo junto a ella, tenía 
ganas de huir, escapar de aquella ciudad llena de gente, inmediatamente 
aplastó con sus botas empapadas la colilla del cigarro e hizo parar el 
primer taxi que logro divisar.
No le importó que fuera un auto viejo y se sentó en el asiento 
trasero, miró en el retrovisor al conductor. Un hombre viejo, calvo y 
con un espeso bigote. Pese al frío del exterior el hombre solo vestía 
una camisa arremangada. Las ventanas del auto estaban cerradas y se 
sentía un calor denso acompañado del olor impregnado en los asientos, de
 la decena de pasajeros que suben al día.
-       ¿A dónde lo llevo señor? – Dijo el chofer girando la cabeza para mirarlo.
-       No importa, solo maneje por la ciudad, por donde usted quiera.
-       ¿Me va a pagar? – Dijo con un tono frío y cortante.
-       Por supuesto, solo si está dispuesto a hablar. Si eso le 
molesta puedo abordar otro taxi. En los buses resulta imposible 
conversar.
-       ¿Por qué quiere hacer eso?
-       Solo quiero hablar, es todo. A los taxistas por lo general le gusta hablar con sus pasajeros. ¿No es así?
-       Por mí no hay problema, ¿Pero realmente no tiene dónde ir? –Dijo extrañado.
-       Muchas veces la gente ni siquiera se da cuenta que no 
tiene a donde ir. En estos momentos solo quiero hablar, puede tomar el 
camino más largo si lo desea, cruzar la ciudad de extremo a extremo, eso
 no importa, cuando sienta que no tengo nada más que decir, me cobrará 
lo que marque el taxímetro y me bajaré. Tengo dinero, no tiene que 
preocuparse por eso, lo digo en serio.
-       Mire, seré honesto soy una persona desconfiada. Haré lo 
que me dices, pero si intentas algo raro, justo bajo mi asiento a 
centímetros de mi mano tengo un pedazo de cañería con el cual me ha 
tocado golpear imbéciles antes.
-       No será necesario que la uses.
Mauricio se acomodó en el asiento trasero, el chofer se puso en 
marcha y siguió en línea recta por la avenida principal aun algo 
consternado por el extraño pasajero. El taxímetro comenzó a marcar el 
nuevo trayecto, justo al lado de este había un pequeño reloj digital que
 marcaba las 23:20 hrs. A medida que avanzaban el chofer miró por el 
espejo retrovisor a Mauricio quien se preparaba a decir algo.
-       ¿Cómo se llama?
-       Rodrigo ¿Y usted?
-       Mauricio.
-       ¿Bueno y qué es eso de lo que desea hablar, que lo hizo abordar un taxi solo para conversar con alguien?
-       Sucede que no tengo amigos, hablar con mi mujer es igual a
 hablar con la puerta o con su gato. Llevamos 20 años de casados, no se 
lo había dicho antes a nadie pero la verdad es que han sido eternos y no
 quiero imaginarme otros 20 años iguales a estos.
-       ¿No ha pensado en separarse? Dicen que cuando las 
relaciones no dan para más es lo mejor que uno puede hacer. Yo estaba 
casado, un día le fui infiel a mi mujer con una pasajera que subió años 
atrás. Sabía que tarde o temprano me descubrirían, pero decidí ser yo 
quien diera el paso definitivo, le conté a mi señora y todo terminó. 
Cuando no hay niños todo es más sencillo. ¿Usted tiene hijos?
-       Si, dos, los dos niños. El de 14 se llama Ignacio y el de
 12 Guillermo. Son en parte el motivo por el cual no abandono a mi 
mujer. Bueno tampoco es que la deteste, pero es simplemente que ya no 
existe comunicación, es como si ambos viviéramos resignados a un día 
más. ¿Nunca ha pensado en tener hijos?
-       De ninguna manera, no entiendo a la gente que dice que 
los niños son una bendición, honestamente me desagradan. Además ya no 
estoy en edad para cambiar pañales ni preocuparme de chicos malcriados.
-       Pero los que los crían somos nosotros, siempre he pensado
 que los hijos no son más que el reflejo de la educación de sus padres.
-       Me imagino entonces que los suyos son buenos chicos.
-       Los amo, pero hay algo que me tiene mal. Ayer descubrí 
que Ignacio había fumado. No quise decirle nada. Pero extrañamente me 
sentí mal. Me imagino que para todos los padres es difícil ver la 
infancia escaparse de sus hijos. Ver como poco a poco crecen y se alejan
 de nuestro lado. Más que el hecho mismo del cigarro lo que me 
entristece es pensar en que la inocencia dure tan poco.
-       Por favor, no sea ingenuo. Los niños hoy en día nacen sin
 inocencia. ¿O me va a decir que usted nunca miró con otros ojos a su 
vecina? ¿Nunca fumó un cigarro o bebió algo de vino antes de ser 
oficialmente adulto?
-       Claro que lo hice, de hecho mi primer cigarro fue a los 
12 años. 2 años antes que Ignacio. Por lo mismo mi mayor miedo es que 
sigas mis pasos, que cuando crezca sea como yo.
El chofer guardó silencio y se estremeció al escuchar la última 
declaración de Mauricio. Esperó el semáforo y sacó de la chaqueta que 
colgaba en su asiento, una vieja cajetilla para ofrecerle un cigarro a 
su extraño pasajero. Ambos fumaron y poco a poco el ambiente dentro del 
auto se hizo más sofocante y lleno de humo. Sabía que si abría aunque 
fuera un poco la ventana tendría que ponerse la chaqueta y no quería 
hacerlo. Dobló en una calle y continuaron hablando.
-       Me gustaría que tuviera más confianza en mí y me dijera que está fumando, me molestaría menos que si me lo oculta.
-       Son jóvenes, no le dirán a su padre algo así. Pero 
despreocúpese siempre he creído que el primer cigarro es siempre una 
imitación. Luego se le quitara y si no, va a empezar a necesitar más 
dinero. Y sabrá que para fumar debe renunciar a otras cosas. Lo digo 
porque yo también fui hijo. No deje de darle dinero, pero no le dé más 
del que ya le da. ¿Y hay algún problema con el otro?
-       No, Guillermo siempre ha sido distinto. Pero lo noto muy 
extrovertido. No tiene amigos donde vivimos. Aunque hay más niños en el 
barrio nunca lo he visto jugar con ellos. Juega e incluso habla solo 
desde que a su hermano le han empezado a preocupar otras cosas.
-       ¿Puedo preguntarle algo, quizás, más íntimo?
-       Claro.
-       Me dijo que usted tampoco tiene amigos… ¿Por qué le extraña entonces de su hijo?
-       Cuando tenía su edad si jugaba y compartía con otros 
niños. Mi soledad comenzó de forma repentina. Perdí a las únicas 
personas que en mi vida he considerado mis amigos y fue algo natural, 
nada de peleas, solo que el tiempo hizo su jugada y aquí estoy. Ellos 
ahora tienen nuevos amigos y yo no. Es todo. A veces se extraña 
profundamente no tener alguien en quien confiar, tener alguien a quien 
contar mis cosas. Pero a los 12 años cuando los verdaderos problemas aún
 son lejanos un amigo no es más que una compañía necesaria para no jugar
 solo. Es después cuando se vuelven valiosos y es también cuando menos 
los valoramos ¿Usted tiene un mejor amigo?
-       Hasta ahora, nunca lo había pensado. Y si nunca lo había 
pensado es porque no lo tengo. Existen algunas personas, con las cuales 
comparto un trago de vez en cuando, pero no sé si llamarlos 
verdaderamente amigos.
-       ¿No se siente solo?
-       No.
-       Yo sí, horriblemente, mis hijos ya no quieren jugar 
conmigo, mi mujer no me habla, no tengo amigos. He hablado con un 
taxista durante más tiempo que el que hablado con Ignacio sobre sus 
problemas de adolecente. No me veo capaz de resistir otros 10 o 20 años 
en esta misma situación. Pero sé que la vida es así, el tiempo pasa y 
nosotros debemos resistir que se lleve todo lo que en algún momento nos 
importó: Nuestros amigos, nuestros hijos al crecer, nuestros deseos y 
esperanzas, se termina por llevar todo. Incluso en unos minutos más yo 
me bajaré de este auto y usted seguirá su camino y yo seré una anécdota 
más para su repertorio de pasajeros locos.
-       Tampoco lo diga así. Hasta el momento no me ha dado problema ¿Acaso ha visto el taxímetro?
-       No me importa el taxímetro.
-       Lamento que tenga problemas, pero le aseguro que yo 
también los tengo. Y no podrá ocupar ninguno de ellos para no pagarme
-       Lamento que siga sin creerme, tome.- Extendió la mano y le pasó el dinero que acumulaba el taxímetro hasta el momento.
-       Está bien, continúe lo escucho ¿Hay algo más de lo que 
quisiera hablar? –Dijo mientras volvía a poner el taxímetro en cero.
-       A veces pienso que la vida en sí misma no tiene sentido. 
En el colegio una vez me enseñaron que el hombre nace, crece, se 
reproduce y muere. Eso es todo. Por un tiempo pensé que cada uno tenía 
una misión en la tierra, que una extraña fuerza superior, Dios 
probablemente nos había creado con un propósito, de lo contrario nada 
tendría sentido. Pero cuando el tiempo avanza y sigues sin saber cuál es
 tu misión en este mundo, la imagen de un ser superior resulta hasta 
ridícula y te vuelves escéptico. Hay días en las que sí creo en Dios y 
es que soy como toda la gente, solo me acuerdo de él cuando me encuentro
 en problemas, entonces deseo profundamente que exista un ser 
omnisciente que solucione mis pesares. Pero cuando no tengo problemas 
todo es ridículo y sin sentido. Quizás si me definiera mejor todo sería 
más sencillo, pero en el fondo tengo miedo de declararme totalmente 
ateo. Cuando me pregunta si creo en Dios, digo no estar seguro.
Después de eso hubo un prolongado silencio, el chofer no sabía 
que decir para romper con el silencio que había invadido el auto. 
Mauricio se encontraba mirando por la ventana pese a la lluvia y el frio
 que hacían esta tarea muchísimo más difícil. Lo interrumpió la voz de 
Rodrigo.
-       ¿Quiere bajarse?
-       No, estoy pensando… continúe manejando.
Pasaron cerca de 30 minutos y varios kilómetros hasta que Mauricio habló nuevamente.
-       Permítame que le cuente algo. Hace unos días, cuando 
vagaba por las calles inventé un juego. Pensaba en un número, en seguida
 me disponía a ver mientras caminaba la patente de los autos en busca 
del número que había pensado, una vez que lo encontraba, buscaba una 
persona que vistiera alguna prenda con el color del auto y comenzaba a 
seguirla varios metros más atrás para no levantar sospechas, 
generalmente cuando hacía esto transitaba por calles con gran número de 
personas para que no resultara tan extraño.
-       ¿Y qué buscaba exactamente conseguir con eso?
-       Nada, solo pasar el rato, ver a donde iba esa persona, 
muchas veces tomaba un bus y yo también, otras tomaba el tren 
subterráneo, solo cuando llegaba a su destino yo desaparecía, pero 
siempre por un camino diferente. Una vez seguí a una mujer muy bonita, 
me sorprendí al verla entrar a un prostíbulo, nunca hubiese imaginado 
que era una prostituta. Otra vez me sorprendió cuando vi a una mujer ya 
mayor, de aproximadamente 60 años juntarse a las afueras de un motel con
 un hombre de unos 40 años. Pero eso no pasaba muy seguido. Generalmente
 el destino de la mayoría de las personas eran aburridos, solo gente 
regresando a su hogar. Cuando salía de día existían destinos más 
variados: Oficinas, el centro comercial, el aeropuerto, el terminal de 
buses, el hospital, colegios… Debería hacerlo cuando esté aburrido.
-       A todo esto ¿En qué trabaja?
-       Soy técnico, trabajo en una empresa de comunicaciones.
-       ¿Qué hace exactamente?
-       Subir a los postes y resolver los problemas comunes de la
 gente. Es increíble como antes me gustaba mi trabajo y ahora todo 
resulta monótono, aburrido. Hay veces en las que he pensado en viajar, 
me gustaría mucho hacerlo. Viajar con mis hijos, hace años que no voy a 
la playa. Pero a mi esposa no le gusta salir y siempre busca escusas 
para no hacerlo.
-       Bajaré a comprar un café en la gasolinera. Puede bajar también si desea comprar algo.
Así lo hizo, había dejado de llover, no sabía dónde estaba, pero 
pensó que sería divertido encontrar el camino de vuelta a casa. Entró a 
la tienda que estaba al costado de la gasolinera, compró únicamente un 
paquete pequeño de galletas, mientras el chofer encargaba un café 
cargado y un sandwhish. Había una pequeña mesa dispuesta para comer 
dentro de la tienda, se sentaron ahí un momento, hasta que Rodrigo hubo 
terminado su café, el cual bebió con extrema rapidez. Fumaron un cigarro
 antes de volver a entrar al auto y enseguida continuó la conversación.
-       ¿Qué dice tu mujer por llegar tan tarde?
-       Ella me engaña y ya lo sé. Sé que cuando salgó ella 
también lo hace. Guillermo me contó una vez, me dijo que su mamá le 
había dicho a él y a su hermano que no me dijeran que ella salía en la 
tarde, pero él se mostró preocupado de que nos separáramos. Yo le 
prometí que eso no pasaría. Como vez estoy dispuesto a aguantar que me 
engañen y vivir la miseria que vivo junto a ella por el solo hecho de no
 dejar nunca a mis hijos.
-       Aún podrías verlos estando separados. Obtendrás la libertad que deseas.
-       Los vería menos, no quiero perder ningún segundo junto a 
ellos. No me perdonaría no verlos crecer. El primer cigarro, la primera 
novia, la primera fiesta tarde… son momentos que no viviré estando 
lejos.
-       Ya veo.
El silencio volvió a apoderarse del auto, primero bostezó el 
chofer, luego Mauricio. Rodrigo comenzó a sentirse incomodo, sentía 
deseos de volver a su casa, ya no quería escuchar más historias, pero 
igualmente sentía una extraño sentimiento de compasión por su pasajero, 
como si entendiera su sufrimiento, incluso sintió que le hubiese gustado
 ayudarlo de alguna manera, mas no había nada que un simple taxista 
pudiera hacer.
-       Me gustaría ayudarte, pero no creo que pueda hacer nada.
Mauricio se alegró, notó que ya no lo trataba de usted, y el 
hecho de que un desconocido le ofreciera ayuda lo hacía sentir 
extrañamente feliz.
-       No te preocupes, ya me has ayudado bastante durante estas
 horas. Cuando uno está solo y lleno de problemas, interrogantes y 
cuestionamientos, siente que va a explotar si no cuenta eso que lo 
aflige. Cuando por fin logras decirlo sientes un gran alivio. Más aún si
 la persona a la cual le estás contando te aconseja, te responde o te 
hace sentir que tus palabras verdaderamente están siendo escuchadas.
El chofer no respondió.
-       Llegaré hasta aquí. ¿Cuánto te debo?
-       No es nada.
-       No, no digas eso, es tu trabajo y te hice perder bastante tiempo en el cual podrías haber llevado más pasajeros.
Miró el taxímetro y sacó el dinero de su bolsillo, estiró la mano
 y se la ofreció al chofer, pero este la rechazó con un gesto serio, 
volvió a insistir pero la negativa esta vez fue mayor.
-       Dije que no te cobraré, solo bájate. Suerte con tus 
hijos. Cuando llegues velos dormir, son esos los momentos que no puedes 
perder. Es extraño porque a lo largo de mi vida como taxista he 
escuchado muchas historias, mujeres alcohólicas que hablan calamidades 
de sus maridos, jóvenes después de las fiestas preocupados por un 
enfermedad de transmisión sexual, preguntándome a mí como si yo fuese 
médico, ancianas que me cuentan lo mal que les hace el sol de verano o 
el frío del invierno, en fin, muchas cosas, pero esta es una de las 
pocas veces en que he sentido una especie de comprensión por lo que otra
 persona me ha dicho…
Se bajó emocionado por el acto tan noble y humano del chofer. 
Entendió entonces que por muy oscuro que parezca todo, siempre habrá 
alguien dispuesto a escucharnos. Cerró suavemente la puerta del auto que
 al cabo de unos segundos se perdió entre los altos edificios que 
rodeaban la calle.
 Ahí estaba Mauricio, con las manos en el bolsillo, un frio 
intenso le helaba los huesos, no empezaba a llover aun, la calle poco a 
poco empezó a verse cada vez más desierta, el ritmo de los autos 
transitando por la calle era cada vez menor, y él aun no sabía si sacar 
un cigarro y esperar que la noche se desvaneciera observando los 
edificios y la gente a lo lejos, ir directamente a su hogar a ver a sus 
hijos dormir o buscar un nuevo taxi y repetir el proceso una vez más.
FIN
 
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