miércoles, 27 de junio de 2012

El taxi

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Por muy oscuro que parezca todo, siempre
habrá alguien dispuesto a escucharnos. 
Esperaba con su sombrero negro y gastado bajo el destartalado paradero de buses, la lluvia salpicaba en el pavimento y en los neumáticos de los autos que corrían veloces por la amplia avenida de la ciudad. Los ojos tristes y sin vida de Mauricio miraban los altos edificios al otro lado de la avenida principal sintiéndose miserable. Frente al semáforo un grupo de personas, separadas únicamente por la distancia de sus paraguas, esperaban el cambio de luz para cruzar al otro lado, cada una tenía su destino, algunas regresarían a sus hogares, otras esperarían el bus o entrarían a una tienda, algunos hombres solitarios se refugiarían en un café para combatir el frío. Mauricio trataba de imaginar a donde irían esas personas, imaginaba sus vidas, sus familias, sus sueños. Se sentía distinto a ellos, añoraba tener un rumbo.

Prendió un cigarro que parecía una luciérnaga exhalando humo en la oscuridad de la noche. Se sobresaltó cuando de la nada se paró junto a él una señora de unos 45 años de cuerpo robusto, cabello corto y ondulado, llevaba un delantal y una bolsa en cada mano. La mujer a penas lo miro, pero él se sintió de inmediato incomodo junto a ella, tenía ganas de huir, escapar de aquella ciudad llena de gente, inmediatamente aplastó con sus botas empapadas la colilla del cigarro e hizo parar el primer taxi que logro divisar.
No le importó que fuera un auto viejo y se sentó en el asiento trasero, miró en el retrovisor al conductor. Un hombre viejo, calvo y con un espeso bigote. Pese al frío del exterior el hombre solo vestía una camisa arremangada. Las ventanas del auto estaban cerradas y se sentía un calor denso acompañado del olor impregnado en los asientos, de la decena de pasajeros que suben al día.
-       ¿A dónde lo llevo señor? – Dijo el chofer girando la cabeza para mirarlo.
-       No importa, solo maneje por la ciudad, por donde usted quiera.
-       ¿Me va a pagar? – Dijo con un tono frío y cortante.
-       Por supuesto, solo si está dispuesto a hablar. Si eso le molesta puedo abordar otro taxi. En los buses resulta imposible conversar.
-       ¿Por qué quiere hacer eso?
-       Solo quiero hablar, es todo. A los taxistas por lo general le gusta hablar con sus pasajeros. ¿No es así?
-       Por mí no hay problema, ¿Pero realmente no tiene dónde ir? –Dijo extrañado.
-       Muchas veces la gente ni siquiera se da cuenta que no tiene a donde ir. En estos momentos solo quiero hablar, puede tomar el camino más largo si lo desea, cruzar la ciudad de extremo a extremo, eso no importa, cuando sienta que no tengo nada más que decir, me cobrará lo que marque el taxímetro y me bajaré. Tengo dinero, no tiene que preocuparse por eso, lo digo en serio.
-       Mire, seré honesto soy una persona desconfiada. Haré lo que me dices, pero si intentas algo raro, justo bajo mi asiento a centímetros de mi mano tengo un pedazo de cañería con el cual me ha tocado golpear imbéciles antes.
-       No será necesario que la uses.
Mauricio se acomodó en el asiento trasero, el chofer se puso en marcha y siguió en línea recta por la avenida principal aun algo consternado por el extraño pasajero. El taxímetro comenzó a marcar el nuevo trayecto, justo al lado de este había un pequeño reloj digital que marcaba las 23:20 hrs. A medida que avanzaban el chofer miró por el espejo retrovisor a Mauricio quien se preparaba a decir algo.
-       ¿Cómo se llama?
-       Rodrigo ¿Y usted?
-       Mauricio.
-       ¿Bueno y qué es eso de lo que desea hablar, que lo hizo abordar un taxi solo para conversar con alguien?
-       Sucede que no tengo amigos, hablar con mi mujer es igual a hablar con la puerta o con su gato. Llevamos 20 años de casados, no se lo había dicho antes a nadie pero la verdad es que han sido eternos y no quiero imaginarme otros 20 años iguales a estos.
-       ¿No ha pensado en separarse? Dicen que cuando las relaciones no dan para más es lo mejor que uno puede hacer. Yo estaba casado, un día le fui infiel a mi mujer con una pasajera que subió años atrás. Sabía que tarde o temprano me descubrirían, pero decidí ser yo quien diera el paso definitivo, le conté a mi señora y todo terminó. Cuando no hay niños todo es más sencillo. ¿Usted tiene hijos?
-       Si, dos, los dos niños. El de 14 se llama Ignacio y el de 12 Guillermo. Son en parte el motivo por el cual no abandono a mi mujer. Bueno tampoco es que la deteste, pero es simplemente que ya no existe comunicación, es como si ambos viviéramos resignados a un día más. ¿Nunca ha pensado en tener hijos?
-       De ninguna manera, no entiendo a la gente que dice que los niños son una bendición, honestamente me desagradan. Además ya no estoy en edad para cambiar pañales ni preocuparme de chicos malcriados.
-       Pero los que los crían somos nosotros, siempre he pensado que los hijos no son más que el reflejo de la educación de sus padres.
-       Me imagino entonces que los suyos son buenos chicos.
-       Los amo, pero hay algo que me tiene mal. Ayer descubrí que Ignacio había fumado. No quise decirle nada. Pero extrañamente me sentí mal. Me imagino que para todos los padres es difícil ver la infancia escaparse de sus hijos. Ver como poco a poco crecen y se alejan de nuestro lado. Más que el hecho mismo del cigarro lo que me entristece es pensar en que la inocencia dure tan poco.
-       Por favor, no sea ingenuo. Los niños hoy en día nacen sin inocencia. ¿O me va a decir que usted nunca miró con otros ojos a su vecina? ¿Nunca fumó un cigarro o bebió algo de vino antes de ser oficialmente adulto?
-       Claro que lo hice, de hecho mi primer cigarro fue a los 12 años. 2 años antes que Ignacio. Por lo mismo mi mayor miedo es que sigas mis pasos, que cuando crezca sea como yo.
El chofer guardó silencio y se estremeció al escuchar la última declaración de Mauricio. Esperó el semáforo y sacó de la chaqueta que colgaba en su asiento, una vieja cajetilla para ofrecerle un cigarro a su extraño pasajero. Ambos fumaron y poco a poco el ambiente dentro del auto se hizo más sofocante y lleno de humo. Sabía que si abría aunque fuera un poco la ventana tendría que ponerse la chaqueta y no quería hacerlo. Dobló en una calle y continuaron hablando.
-       Me gustaría que tuviera más confianza en mí y me dijera que está fumando, me molestaría menos que si me lo oculta.
-       Son jóvenes, no le dirán a su padre algo así. Pero despreocúpese siempre he creído que el primer cigarro es siempre una imitación. Luego se le quitara y si no, va a empezar a necesitar más dinero. Y sabrá que para fumar debe renunciar a otras cosas. Lo digo porque yo también fui hijo. No deje de darle dinero, pero no le dé más del que ya le da. ¿Y hay algún problema con el otro?
-       No, Guillermo siempre ha sido distinto. Pero lo noto muy extrovertido. No tiene amigos donde vivimos. Aunque hay más niños en el barrio nunca lo he visto jugar con ellos. Juega e incluso habla solo desde que a su hermano le han empezado a preocupar otras cosas.
-       ¿Puedo preguntarle algo, quizás, más íntimo?
-       Claro.
-       Me dijo que usted tampoco tiene amigos… ¿Por qué le extraña entonces de su hijo?
-       Cuando tenía su edad si jugaba y compartía con otros niños. Mi soledad comenzó de forma repentina. Perdí a las únicas personas que en mi vida he considerado mis amigos y fue algo natural, nada de peleas, solo que el tiempo hizo su jugada y aquí estoy. Ellos ahora tienen nuevos amigos y yo no. Es todo. A veces se extraña profundamente no tener alguien en quien confiar, tener alguien a quien contar mis cosas. Pero a los 12 años cuando los verdaderos problemas aún son lejanos un amigo no es más que una compañía necesaria para no jugar solo. Es después cuando se vuelven valiosos y es también cuando menos los valoramos ¿Usted tiene un mejor amigo?
-       Hasta ahora, nunca lo había pensado. Y si nunca lo había pensado es porque no lo tengo. Existen algunas personas, con las cuales comparto un trago de vez en cuando, pero no sé si llamarlos verdaderamente amigos.
-       ¿No se siente solo?
-       No.
-       Yo sí, horriblemente, mis hijos ya no quieren jugar conmigo, mi mujer no me habla, no tengo amigos. He hablado con un taxista durante más tiempo que el que hablado con Ignacio sobre sus problemas de adolecente. No me veo capaz de resistir otros 10 o 20 años en esta misma situación. Pero sé que la vida es así, el tiempo pasa y nosotros debemos resistir que se lleve todo lo que en algún momento nos importó: Nuestros amigos, nuestros hijos al crecer, nuestros deseos y esperanzas, se termina por llevar todo. Incluso en unos minutos más yo me bajaré de este auto y usted seguirá su camino y yo seré una anécdota más para su repertorio de pasajeros locos.
-       Tampoco lo diga así. Hasta el momento no me ha dado problema ¿Acaso ha visto el taxímetro?
-       No me importa el taxímetro.
-       Lamento que tenga problemas, pero le aseguro que yo también los tengo. Y no podrá ocupar ninguno de ellos para no pagarme
-       Lamento que siga sin creerme, tome.- Extendió la mano y le pasó el dinero que acumulaba el taxímetro hasta el momento.
-       Está bien, continúe lo escucho ¿Hay algo más de lo que quisiera hablar? –Dijo mientras volvía a poner el taxímetro en cero.
-       A veces pienso que la vida en sí misma no tiene sentido. En el colegio una vez me enseñaron que el hombre nace, crece, se reproduce y muere. Eso es todo. Por un tiempo pensé que cada uno tenía una misión en la tierra, que una extraña fuerza superior, Dios probablemente nos había creado con un propósito, de lo contrario nada tendría sentido. Pero cuando el tiempo avanza y sigues sin saber cuál es tu misión en este mundo, la imagen de un ser superior resulta hasta ridícula y te vuelves escéptico. Hay días en las que sí creo en Dios y es que soy como toda la gente, solo me acuerdo de él cuando me encuentro en problemas, entonces deseo profundamente que exista un ser omnisciente que solucione mis pesares. Pero cuando no tengo problemas todo es ridículo y sin sentido. Quizás si me definiera mejor todo sería más sencillo, pero en el fondo tengo miedo de declararme totalmente ateo. Cuando me pregunta si creo en Dios, digo no estar seguro.
Después de eso hubo un prolongado silencio, el chofer no sabía que decir para romper con el silencio que había invadido el auto. Mauricio se encontraba mirando por la ventana pese a la lluvia y el frio que hacían esta tarea muchísimo más difícil. Lo interrumpió la voz de Rodrigo.
-       ¿Quiere bajarse?
-       No, estoy pensando… continúe manejando.
Pasaron cerca de 30 minutos y varios kilómetros hasta que Mauricio habló nuevamente.
-       Permítame que le cuente algo. Hace unos días, cuando vagaba por las calles inventé un juego. Pensaba en un número, en seguida me disponía a ver mientras caminaba la patente de los autos en busca del número que había pensado, una vez que lo encontraba, buscaba una persona que vistiera alguna prenda con el color del auto y comenzaba a seguirla varios metros más atrás para no levantar sospechas, generalmente cuando hacía esto transitaba por calles con gran número de personas para que no resultara tan extraño.
-       ¿Y qué buscaba exactamente conseguir con eso?
-       Nada, solo pasar el rato, ver a donde iba esa persona, muchas veces tomaba un bus y yo también, otras tomaba el tren subterráneo, solo cuando llegaba a su destino yo desaparecía, pero siempre por un camino diferente. Una vez seguí a una mujer muy bonita, me sorprendí al verla entrar a un prostíbulo, nunca hubiese imaginado que era una prostituta. Otra vez me sorprendió cuando vi a una mujer ya mayor, de aproximadamente 60 años juntarse a las afueras de un motel con un hombre de unos 40 años. Pero eso no pasaba muy seguido. Generalmente el destino de la mayoría de las personas eran aburridos, solo gente regresando a su hogar. Cuando salía de día existían destinos más variados: Oficinas, el centro comercial, el aeropuerto, el terminal de buses, el hospital, colegios… Debería hacerlo cuando esté aburrido.
-       A todo esto ¿En qué trabaja?
-       Soy técnico, trabajo en una empresa de comunicaciones.
-       ¿Qué hace exactamente?
-       Subir a los postes y resolver los problemas comunes de la gente. Es increíble como antes me gustaba mi trabajo y ahora todo resulta monótono, aburrido. Hay veces en las que he pensado en viajar, me gustaría mucho hacerlo. Viajar con mis hijos, hace años que no voy a la playa. Pero a mi esposa no le gusta salir y siempre busca escusas para no hacerlo.
-       Bajaré a comprar un café en la gasolinera. Puede bajar también si desea comprar algo.
Así lo hizo, había dejado de llover, no sabía dónde estaba, pero pensó que sería divertido encontrar el camino de vuelta a casa. Entró a la tienda que estaba al costado de la gasolinera, compró únicamente un paquete pequeño de galletas, mientras el chofer encargaba un café cargado y un sandwhish. Había una pequeña mesa dispuesta para comer dentro de la tienda, se sentaron ahí un momento, hasta que Rodrigo hubo terminado su café, el cual bebió con extrema rapidez. Fumaron un cigarro antes de volver a entrar al auto y enseguida continuó la conversación.
-       ¿Qué dice tu mujer por llegar tan tarde?
-       Ella me engaña y ya lo sé. Sé que cuando salgó ella también lo hace. Guillermo me contó una vez, me dijo que su mamá le había dicho a él y a su hermano que no me dijeran que ella salía en la tarde, pero él se mostró preocupado de que nos separáramos. Yo le prometí que eso no pasaría. Como vez estoy dispuesto a aguantar que me engañen y vivir la miseria que vivo junto a ella por el solo hecho de no dejar nunca a mis hijos.
-       Aún podrías verlos estando separados. Obtendrás la libertad que deseas.
-       Los vería menos, no quiero perder ningún segundo junto a ellos. No me perdonaría no verlos crecer. El primer cigarro, la primera novia, la primera fiesta tarde… son momentos que no viviré estando lejos.
-       Ya veo.
El silencio volvió a apoderarse del auto, primero bostezó el chofer, luego Mauricio. Rodrigo comenzó a sentirse incomodo, sentía deseos de volver a su casa, ya no quería escuchar más historias, pero igualmente sentía una extraño sentimiento de compasión por su pasajero, como si entendiera su sufrimiento, incluso sintió que le hubiese gustado ayudarlo de alguna manera, mas no había nada que un simple taxista pudiera hacer.
-       Me gustaría ayudarte, pero no creo que pueda hacer nada.
Mauricio se alegró, notó que ya no lo trataba de usted, y el hecho de que un desconocido le ofreciera ayuda lo hacía sentir extrañamente feliz.
-       No te preocupes, ya me has ayudado bastante durante estas horas. Cuando uno está solo y lleno de problemas, interrogantes y cuestionamientos, siente que va a explotar si no cuenta eso que lo aflige. Cuando por fin logras decirlo sientes un gran alivio. Más aún si la persona a la cual le estás contando te aconseja, te responde o te hace sentir que tus palabras verdaderamente están siendo escuchadas.
El chofer no respondió.
-       Llegaré hasta aquí. ¿Cuánto te debo?
-       No es nada.
-       No, no digas eso, es tu trabajo y te hice perder bastante tiempo en el cual podrías haber llevado más pasajeros.
Miró el taxímetro y sacó el dinero de su bolsillo, estiró la mano y se la ofreció al chofer, pero este la rechazó con un gesto serio, volvió a insistir pero la negativa esta vez fue mayor.
-       Dije que no te cobraré, solo bájate. Suerte con tus hijos. Cuando llegues velos dormir, son esos los momentos que no puedes perder. Es extraño porque a lo largo de mi vida como taxista he escuchado muchas historias, mujeres alcohólicas que hablan calamidades de sus maridos, jóvenes después de las fiestas preocupados por un enfermedad de transmisión sexual, preguntándome a mí como si yo fuese médico, ancianas que me cuentan lo mal que les hace el sol de verano o el frío del invierno, en fin, muchas cosas, pero esta es una de las pocas veces en que he sentido una especie de comprensión por lo que otra persona me ha dicho…
Se bajó emocionado por el acto tan noble y humano del chofer. Entendió entonces que por muy oscuro que parezca todo, siempre habrá alguien dispuesto a escucharnos. Cerró suavemente la puerta del auto que al cabo de unos segundos se perdió entre los altos edificios que rodeaban la calle.
 Ahí estaba Mauricio, con las manos en el bolsillo, un frio intenso le helaba los huesos, no empezaba a llover aun, la calle poco a poco empezó a verse cada vez más desierta, el ritmo de los autos transitando por la calle era cada vez menor, y él aun no sabía si sacar un cigarro y esperar que la noche se desvaneciera observando los edificios y la gente a lo lejos, ir directamente a su hogar a ver a sus hijos dormir o buscar un nuevo taxi y repetir el proceso una vez más.
FIN

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