Fue sin
duda la despedida más gris entre ambos, sobre nosotros caía un manto de
incertidumbre deseoso de robarnos el futuro, el frío debería habernos
congelado, pero no lo sentíamos, dentro de nosotros ardía aun el fuego del orgullo
que no quería renunciar a perder lo que tenía. Pero el tuyo se apagó primero, o
quizás el mío siempre estuvo muerto y lo que yo creía sentir tan débilmente era
el contacto abrasador de tu cuerpo junto a mí. El frío se hizo insoportable y
el manto terminó por sofocarlo.
Te
abracé con mis brazos muertos, débilmente nuestros rostros se encontraron para
decir adiós y nuestras mejillas volvían a ser idénticas a la de los amigos.
Incluso el abrazo fue diferente, similar al que se le da a quien volvemos a ver
después de largo tiempo, entendí luego la sensación. Siempre estuvimos ausentes
y solo hoy con este abrazo lo aceptamos. Me puse a caminar con la cabeza
siempre abajo, esta vez no me detuve a mirar como el bus se iba contigo en su
interior, tú tampoco miraste por la ventana. Supongo. De todas formas no podía
verte. Saqué mi MP3 del bolsillo y mientras caminaba busqué la canción que
tenía en mente. Oportuna, exacta, increíble: Adiós. Me puse los audífonos y
escuchaba a Cerati como si mis pensamientos se hubiesen trasladado a una
canción. - “Pones canciones tristes para sentirte mejor…” - Susurré al
viento. Enseguida recordé un pasaje de
Rayuela grabado en mi mente.
“¡Música,
melancólico alimento para los que vivimos de amor!”
Extrañamente
no pensaba en lo más importante, en mi cabeza seguía dando vueltas la idea de que aquella despedida había sido
distinta. Muy distinta. Recordé nuevamente el abrazo y lo sentí lejano aunque
solo haya tenido lugar minutos antes. Es como abrazar a un amigo que se extraña,
pero solo eso. Nada más. Y la extraño no por haber pasado días sin verlas, sino,
porque siempre estuvo ahí. Cerca de mi piel pero completamente lejos de mi
interior. Y el fuego nunca había sido tal, solo las brasas tibias de algo que
nunca existió. “Suspiraban lo mismo los
dos y hoy son parte de una lluvia lejos…” Cantaba en mi mente luego de
poner nuevamente la canción, pensaba que nunca respiramos lo mismo. Solo algo
era común, había algo que ambos sentíamos como si nos perteneciera a los dos
por igual: El frío hielo. Sí. Quería escuchar canciones tristes aunque no me
sintiera mejor, pensé en Crimen también de Cerati, en Me vuelves a herir de De
Saloon y en I don’t wanna miss a thing de Aerosmith, pero esta última no era
para mí, no era para nosotros. Recordé entonces las veces que pensaba en
dedicártela, pero daba un paso atrás por no estar seguro. Lo mismo me pasó al
primer mes, releí las Rimas de Becquer y terminé eligiendo la que menos me
gustaba. Esa te regalé, engañándote, diciéndote que era mi favorita, cuando
era, en realidad, la que menos decía, la más distante. Y esa poesía que te
regalé no le habla a un tú, solo hablaba de lo que se siente al estar
enamorado, pero podría estar enamorado de cualquiera menos de ti y esa poesía
no estaría mintiendo. Porque finalmente es distinto el amor, al amor con
apellido; el amor a ti.
Llegué a
mi casa y solo quería recostarme. Dormir para escapar del pensamiento. Tomé una
ducha y me preparé un agua de hierbas que bebí sentado en el sillón, mientras
veía pasar frente a mí las siluetas extrañas de mi familia. Seguía pensando en
ella y lo mucho que me tardé en decirle Te amo. El tiempo solo empeoró las
cosa, interpretó la mentira que no quería decir, por la seguridad de quién dice
las cosas solo cuando está seguro. Me
cuesta mucho querer a las personas. No, lo que me cuesta es decirlo. Muchas
veces solo espero que sean los demás quienes me lo digan primero, para responder
con toda seguridad: yo también. Me cuesta mucho más mentir sobre esto, saber
que me quieres y no poder pensar lo mismo. Te quiero, claro que sí, pero no
como debería, no como lo haces tú. Y después te dije que te amaba y tú
repetiste las mismas 2 palabras, con lentitud como una cascada de miel que nace
en tu boca y muere en nuestro suelo.
Mientras
bebía lo que me quedaba en la taza, recordé espontáneamente nuestra visita al
Parque Forestal, aquel que hoy no quiero volver a pisar por ser cuna de tantos
recuerdos, Caminamos, tomados de la mano, yo equilibrándome en la cuneta que
separa el pasto de la gravillas, tú sosteniendo en tus dedos la castaña que
encontré en el piso. Entonces nos sentamos en una banca, Te recité algunos
poemas de Neruda y aquellos de Bécquer que antes omití, también el capítulo 7
de Rayuela y jugamos al cíclope. Los segundos se hacían eternos y resultamos
ser buenos actores de una obra que nadie estaba interesado en ver. Seguimos
caminando para separarnos finalmente en el Metro Bellas Artes. Tú bajarías las
escaleras y yo seguiría caminando por Monjitas hasta la Plaza de Armas, solo
entonces estaría seguro de que no nos iríamos en el mismo tren. Nos despedimos
con un beso que se hacía cada vez más prolongado, me sujetabas el pelo y yo te
abrazaba fuertemente, sentía tus pechos aplastados contra mi pecho y me mordías
“Y si nos mordemos el dolor es dulce”
pensé, pero para nosotros no lo era, no para mí, y no somos nosotros sin mí.
Una pausa, 5 segundos de culpabilidad y continuaba la comedia absurda. Mi
lengua recorriendo tus dientes, mis dientes conociendo tus labios, tus labios
conociendo mis dientes. Mis labios acallando las palabras. Y nuestras manos se separaban, los dedos
rompían su vínculo fraterno, se dejaban caer como heridas al costado de
nuestros cuerpos. Te observaba bajando las escaleras, yo caminaba. Caminaba y
fumaba.
Hubiese
dormido, pero aún tenía el pelo mojado y me desagrada ocupar el secador.
Tampoco hubiese podido dormir, gracias a mi vecino que como de costumbre y sin
importarle el resto ponía a todo volumen su colección de cumbias y pachanga.
Recordé entonces la vez en que, mientras esperábamos la micro en La Estación,
un vendedor ambulante profería gritos de amor eterno a la vendedora de una
disquería, al son de Arjona. En nuestro mundo y mientras nos besábamos, sonaba
Eres de Café Tacuva.
Pienso
que a esta hora ya debes estar en tu casa, seguramente en tu habitación o
comiendo junto a tu familia, jugando con tu gato o cocinando. Sentí un maldito
deseo de vaciar la botella de ron que había en la casa, emborracharme hasta
morir. De besar nuevamente sus labios aunque no la ame, aunque le haya mentido,
de tenerla a mi lado y escuchar sus recuerdos. Y no me importa si me engañaste
y estuviste con otro, no me importa porque tú nunca estuviste conmigo,
estuviste pero no éramos nosotros. No somos nosotros sin mí. Entonces me
gustaría que esto no hubiese pasado, que tan culpables ambos de igual forma
reconstruyamos las pisadas barridas por el viento.
A
pesar de todo, siento que podría estar peor. Siempre se puede estar peor en
esta vida. Antes yo no estaba con ella, ahora ella no está conmigo. Ninguno
está con ninguno, pero la lejanía es la misma. La distancia es la misma de
Bellas Artes a Plaza de Armas que de Plaza de Armas a Bellas Artes. Entonces sé
con toda seguridad que recordaré próximamente los días que pasé contigo,
besándonos, mintiéndote, aceptándolo, ignorándolo, engañándome y pensaré
ingenuamente que quizás algún día, estaremos dispuestos a continuar con la obra
que nunca quisimos terminar.
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